Casi todo el mundo cuando habla de ponerse moreno piensa en tumbarse en la playa, untarse de aceite bronceador y dejar que el sol les vaya chamuscando. Esta opción no va con nosotros y tampoco es que seamos unos apasionados del bronceado. De lo que somos unos apasionados es del no quemarnos. No hay nada que “queme” más que patear por una ciudad o un campo en verano. El pelo largo de muchas chicas y chicos protege la nuca pero es una de las zonas que antes se queman en los que no lo tenemos. Sin olvidar las orejas, también desprotegidas en la mayoría de las ocasiones.
En nuestros viajes siempre contamos con un par de pashminas ligeras para cubrir la nuca, los hombros, el escote… incluso colocar debajo de la gorra y fabricarnos un sombrero a lo tropa del desierto, no hay más que ver el vídeo de la subida a Huayna Picchu.
La gente de Heliocare se ha dado cuenta de este “problema” de los viajeros y nos invitó el viernes pasado a conocer su gama de fotoprotección. Se trata de una marca española centrada en las consultas de los dermatólogos y de venta en farmacias y parafarmacias, lo que hace que no sea muy conocida para el público general. La popularidad no está reñida con el éxito y de eso han tenido y están teniendo en más de 40 países.
Para hablar de sus productos nos llevaron al Club de esquí náutico de Madrid, en Valdemorillo. Allí descubrimos que también hay fotoprotectores por vía oral y que puedes usar un factor 90 sin que parezca que te has dado una capa de crema blanca y grasienta por encima -tienen textura gel y son prácticamente invisibles-. La fotoprotección no deja de lado el ponerse moreno y también tienen una línea que ayuda a conseguirlo, la línea Bronze.
La otra parte de la tarde era disfrutar aprendiendo a hacer esquí acuático, siempre protegidos del sol.
El aprendizaje iba por etapas. La primera consistía en salir del agua agarrados a una barra de metal que salía paralela al barco. Puntas de los esquíes hacia arriba, dejar que el agua llevara tus tobillos hacia tus glúteos y, una vez sobre tus pies y con cierta velocidad, erguirse sobre las piernas siempre sin tirar de los brazos que sólo sirven como agarre. La teoría es sencilla, pero la práctica es otra cosa: falta de equilibrio, resbalones, caídas, rozaduras en las manos…
La segunda fase consistía en lo mismo, pero agarrado a un cuerda de un metro de longitud enganchada a la barra de metal. La complicación era la misma más la que añadía el hecho de que la cuerda no es rígida, se mueve, hace falta más equilibrio y que no te puedes apoyar como en la barra.
Para acabar, la cuerda larga. Lo que se nos viene a la cabeza pensando en esquí acuático: una cuerda de unos 10-12 metros de longitud que arrastra el esquiador detrás del barco, entre la estela que levanta el motor.