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Lo difícil que es volar

Domingo 27/02/2011 (1)

A las cinco menos cuarto ha venido Mirzo a decirnos que ya estaba la «machine» en la puerta. Habíamos quedado en que salíamos a las cinco y por eso nos despertaba quince minutos antes, pero alguien no se enteró bien y ya está aquí con el coche. Por suerte nosotros habíamos puesto el despertador a las cinco menos veinte para que no nos pillara con la legaña puesta.

Aquí no se cierran las puertas. Nuestra habitación da al patio y tiene un juego de llaves en la cerradura. Cuando fuimos ayer a verles a su cocina cerramos y las cogimos pero luego nos dijeron que no hacía falta. Somos los únicos que hay en la casa y la puerta a la calle está siempre cerrada.

En un momento ya estamos en la puerta poniéndonos las botas y notando un frío terrible que se mete por los huesos. No es que la habitación estuviera muy caliente, aunque hay calefacción, pero es que lo que hay fuera hace difícil que cualquier estufa haga algo. La capa de nieve congelada que hay en el patio tiene unos cinco centímetros de grosor y vete a saber cuántos días. Ayer Mirzo nos dijo que suele hacer un poco más de calor a estas alturas del año, qué suerte hemos tenido…

Mirzo no viene con nosotros y nos deja en el coche con otro. El éxito del Daewoo-Chevrolet Matiz en Taskent es tremendo, más de la mitad de los coches son ese modelo, y en el que vamos al aeropuerto (como en el que vinimos ayer) no es una excepción. La terminal de vuelos domésticos no es la misma que la de ayer, pero tampoco lo tiene muy claro nuestro conductor que nos deja en un edificio al lado del aeropuerto, que no tiene entrada. Vamos andando (y congelándonos) al edificio principal y en la entrada unos policías nos indican que la entrada a los vuelos domésticos es a la izquierda. Cruzamos una barrera, nos miran los pasaportes y tenemos que andar otro trecho hasta la terminal. La idea de llevar las mallas y la camiseta térmica en Okihita para ponérnoslas en Urgench (Urganch o Урганч en uzbeco y ruso respectivamente) en lugar de llevarlas en el avión parecía buena, pero con todo lo que estamos andando tenemos las piernas y las manos insensibles ya.

Llegamos al mostrador de facturación al mismo tiempo que el auxiliar, que está poniendo el cartel de Urgench justo encima. Lo de las pantallas con el nombre del destino todavía no ha llegado. Facturamos y pasamos el control de pasaportes. El control se pasa según llega la hora de tu vuelo, sólo se puede cruzar cuando tu vuelo es el siguiente.

No sé si es que no les parece muy normal un ordenador tan pequeño o si sentían curiosidad pero me hacen abrir y encender a Sungin para convencerse de que es un ordenador. Ya que está encendido aprovecho para actualizar nuestro diario de viaje.

Ayer Mirzo nos contó lo importante que fue Tamerlán. Lo cierto es que en Europa se le conoce poco, y eso que su imperio se extendió desde Siria hasta Nepal y desde Kazajistán hasta el mar Arábigo. Entre 1382 y 1405 sus grandes ejércitos atravesaron desde Delhi a Moscú, desde la cordillera Tian Shan del Asia Central hasta los montes Tauro de Anatolia. Los actuales Irán, Kuwait, Afganistán, Pakistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán, Azerbaiyán, Georgia y Armenia al completo y parte de Turquía, Siria, Irak, Kirguizistán, Kazajistán, India, China y Rusia formaron parte del Imperio Timúrida. Fundó una dinastía que se mantuvo en el poder durante 150 años en la zona, para pasar posteriormente a la India donde uno de sus descendientes directos, Sha Jahan, mandó construir el famoso Taj Mahal.

Guerrero incansable, se cree que vivió unos 70 años (su fecha de nacimiento no es del todo conocida), murió de una neumonía en 1405 mientras se preparaba para su gran campaña: la conquista de China. Tan conocido fue durante su vida en todo el mundo que el rey Enrique III de Castilla envió una embajada en 1403 formada por Ruy González de Clavijo, camarero real; Alfonso Páez de Santamaría, monje dominico maestro en teología; y Gómez de Salazar, su guarda. De la pluma del primero (aunque no se conoce con certeza la autoría) nos ha llegado el relato del viaje y de la estancia en la corte de Tamerlán.

Quince minutos antes de la hora de salida abren la puerta (entrando un frío terrible) y nos metemos en un autobús que nos lleva a nuestro avión de hélices. Con lo que pequeño que es el avión hay más pasajeros que en el de ayer. Eso sí la gente no le hace ni caso al asiento que pone en el billete y cada uno se sienta donde quiere. Nosotros encontramos sitio en la salida de emergencia que es el más amplio. La azafata reduce al mínimo los avisos de seguridad y sólo nos cuenta que hay un par de salidas de emergencia sobre las alas y que nos enteremos de donde está la más próxima. En este avión no hay máscaras por si hay una despresurización en cabina, ni chalecos salvavidas. No vamos a pasar por encima de ningún mar ni de lago, así que, si esto se cae el chaleco no sirve para nada.

Ya estamos dormidos y el avión no se mueve. Ha arrancado hace un rato, las hélices giran, el avión da como saltos, pero no se mueve. Nos despertamos cuando la azafata viene a decirnos que hay que cambiar de avión, que a este le pasa algo.

Bajamos otra vez al frío y cogemos otro autobús que nos lleva de nuevo a la terminal. A ver qué pasa ahora porque hay otro vuelo a Urgench a las ocho y media, en diez minutos, porque entre unas cosas y otras ya son y veinte, pero ya va lleno. El de la compañía nos dice que esperemos un poco que van a buscar otro avión. Al cuarto de hora ya tenemos otro avión, no se puede negar que son eficientes y que tienen aviones de sobra.

De nuevo nos sentamos en la salida de emergencia y el avión vuelve a hacer todo el protocolo, saltos incluidos. Nos da la impresión de que el piloto se ha vuelto a dejar el freno de mano puesto y va a quemar otro motor. Por cierto, que ahora las azafatas no han dicho ni lo de las salidas de emergencia, pensarán que nos acordamos de lo de antes.

Por fin se mueve y despegamos. Con el paso del carrito de la comida nos despertamos, aunque ni falta que hacía: un pan con pasas y un paquete de pasas secas (como si fueran frutos secos). Poco antes de llegar al destino un ruido de «intentar» bajar el tren de aterrizaje me despierta. El ruido no para y se queda un pitido bastante molesto. Unas turbulencias mueven el avión. No se ve a las azafatas por ningún lado y empiezo a pensar que están en la parte de atrás del avión con la cabeza sobre las rodillas preparadas para un aterrizaje bien complicado. El que está delante de nosotros no tiene ningún miedo. Durante el vuelo se ha bebido una botella entera de vodka, que ha compartido con los de al lado y a nosotros también nos ha ofrecido, y está hablando por el móvil tranquilamente. Sí, mientras volamos va hablando por el móvil y no es el único, el de detrás también lo hace. Como las instrucciones de seguridad han sido bastante rápidas y en un inglés poco comprensible no sabemos si ni siquiera han dicho que había que apagar los teléfonos.

El golpe contra el suelo es evidente que es con las ruedas. Es evidente que el tren de aterrizaje se desplegó. Sara se ha despertado con el golpe y está un poco descolocada. Nos ponen una escalerilla para salir del avión y antes de darnos cuenta estamos saliendo del aeropuerto. El problema es que los Symbios no vienen con nosotros, pero no se puede ir a ningún sitio más que a la puerta de hierro de salida. Oímos que uno nos pregunta si queremos taxi, buena señal, pero estamos preocupados por las mochilas. El hombre se da cuenta y nos señala que el equipaje se coge entrando al aeropuerto por la puerta de llegadas. Nosotros hemos salido por una lateral.

La puerta está cerrada y no abren hasta que no hayan bajado todas las maletas. Por suerte al montar en el segundo avión vimos como subían a los Symbios así que han volado con nosotros. De hecho dentro del avión porque éste no tiene ni bodega.

Al rato abren y ya con las mochilas volvemos a la calle donde está nuestro proyecto de taxista.

Cuando le decimos que queremos ir a Ayaz Kala nos dice que no. Parece querer decir que es imposible llegar, nos dice el nombre de otro sitio y hace un gesto como de andar, como si desde allí se llegará andando a Ayaz Kala. No entendemos lo que nos está contando, Ayaz Kala está en mitad del desierto y no hay ninguna ciudad (ni nada) lo bastante cerca como para ir andando. Tampoco hay manera de que él nos entienda a nosotros. Nos dice que le sigamos a la entrada de salidas del aeropuerto que allí hablan inglés.

Hablarán inglés, pero es que aquí no hay nadie. Nuestro gozo en un pozo. No sabemos si vamos a poder llegar a Ayaz Kala. No hay más taxistas a los que preguntar así que la cosa se complica.

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Comentarios

  • JAAC
    15 marzo, 2011 a las 09:35

    Y no había empezado todavía lo bueno… ni de aventura, ni de frío 🙂

    Responder
  • conxa
    14 marzo, 2011 a las 12:11

    que aventura….fría,pero aventura!!!

    Soy toda atención.

    Responder