Martes, 01/03/2011 (1)
A las ocho menos diez de la mañana suena el despertador. Sara dijo que con despertase cinco minutos antes le valía para estar desayunando a las ocho, pero hasta las ocho y diez no salimos de la habitación.
El desayuno lo sirven en la habitación número cinco. Suponemos que cuando haya turistas lo servirán en un comedor, porque, aunque la habitación es grande, no caben más que tres mesas. Cuando llegamos está nuestro amigo de la recepción cortando unas lonchas de una especie de mortadela, el queso (parecido a la scamorza de ayer, con mucha grasa) y mantequilla. Hay puestos cuatro servicios, lo que nos lleva a pensar que en la habitación 38 los que están también son turistas. Sara se lo pregunta y el buen hombre dice que sí, que hay otros dos turistas y que son franceses. ¿Querrán ir a Bujará esta tarde?
También trae pan, con otro dibujo, y después un par de huevos fritos para cada uno. Por supuesto el té y para mí sólo leche (que tarda ni se sabe en llegar, porque nos dice que es muy pronto y que todavía no ha llegado la camarera). Estiramos el desayuno para ver si llegan los franceses y conjeturamos sobre su edad. Los macutos, que no mochilas ni maletas, que vimos en su habitación nos parecen la cosa más incómoda del mundo para viajar y sentimos curiosidad.
Cuando llegan descubrimos que son una pareja de unos cuarenta y pico años y después de saludarles y decirles que sí que hace frío (la calefacción no funciona en esta habitación así que estamos otra vez desayunando con la cazadora) nos vamos a seguir visitando lo que nos queda de Itchan Kala. Por el aspecto no parece que vayan a la «aventura» y seguro que ya tienen organizado el transporte para donde quiera que vayan hoy. Además, pensamos que siete horas en el coche siendo cuatro más el conductor pueden ser insoportables y que bien valen cuarenta y cinco euros.
La primera visita, como quedamos ayer con la cuidadora/portera que nos dijo que fuéramos hoy, es a la madraza Matpana Bay, que ahora es, como todas las demás, un museo. Tiene la misma forma estándar: patio central rodeado de pequeñas habitaciones convertidas en salas de exposición. El hotel que vimos ayer, creyendo que era el fuerte de Kukhna, también debía ser antes una madraza porque era idéntico. Por supuesto, el patio central está cubierto de nieve helada que parece que lleva aquí media vida y seguirá media vida más por lo dura que está y el frío que hace. A pesar de que nosotros cumplimos y venimos hoy nos encontramos con que casi todas las salas están cerradas.
Después nos acercamos a la madraza Kutlimurodinok. Un museo más,
con un par de salas dedicadas a Al-Khorezmi (la región de Jiva era conocida como Khorezm y Khorezmi era el gentilicio). Este gran matemático, además de astrónomo y geógrafo, conocido como Al-Juarismi en España. A su nombre y al de su obra principal debemos el origen de las palabras algoritmo, guarismo y álgebra. Es considerado el padre del álgebra y el introductor de nuestro sistema de numeración.
Enfrente está la madraza del Allakuli Kan que tenía todas las salas interiores cerradas.
Una puerta con un plástico transparente es la entrada al bazar, que nosotros al principio tomamos por una tienda. El bazar no es para nada como los otros que hemos visto. Es más como una planta de El Corte Inglés con pequeños stands en los que se venden desde perfumes hasta flores de plástico, pasando por trajes de fiesta y de novia. Todo tremendamente hortera. Entre nuestros objetivos de la mañana estaba encontrar dónde comprar una botella de agua, porque, al menos en la parte interior de la muralla, no hay mercados.
En un lateral del bazar vemos un par de tiendas que venden pastas, dulces y demás comida, lo que nos lleva a pensar que puede que tengan agua. Sí que tienen, pero las botellas ¡están congeladas! Nos quedamos con el sitio para volver luego y seguimos por la ciudad.
Salimos a la calle y continuamos por la zona del antiguo mercado de esclavos hasta cruzar la muralla.
La siguiente parada es el palacio Tosh-hovli (1832-1841), casa de piedra, que tiene un par de entradas. La primera entrada da un patio de dos plantas con las paredes decoradas con azulejos azules.
En la planta de arriba sólo hay balcones que dan al patio sin puerta que lleve al interior. Las barandillas y los techos son de madera. Los techos pintados con vivos colores.
La otra entrada, que según la guía es la que no hay que perderse aunque está un poco escondida, da al Airban. También cubierto de azulejos y con espacio para dos yurtas.
Por aquí también se accede al salón del trono, muy parecido al del fuerte de Kukhna, también con espacio para una yurta. Está claro que lo de dejar de ser nómadas no les llamaba demasiado la atención.
La madraza de Islom-hoja es ahora el museo de artes aplicadas, el supuesto mejor museo del pueblo. Cierto es que después de los cuadros modernos, casi abstractos, y las salas de Al-Khorezmi, es lo mejor. Hay ropas, alfombras, cerámicas,… pero lo que casi no hay es luz, así que más de una sala pasa sin pena ni gloria porque no se ve lo que hay en las vitrinas.
Nos acercamos al mausoleo de Pahlavon Mahmud. De camino entramos en un taller de alfombras de seda patrocinado por la UNESCO. Nos enseñan la seda tintada secándose en una sala y después la «tienda» con alfombras y bolsos. Nos explican de dónde son algunos diseños. Algunos están copiados de las puertas de madera
talladas.
El mausoleo no está incluido en la entrada. Según la guía tiene la decoración más bonita de la ciudad y bien puede merecer la pena pagar los 3.000 som por cabeza que cuesta la entrada. Lo que pasa es que hay que quitarse las botas para entrar y si ya tenemos los pies helados con ellas no queremos ni pensar el dolor sólo con los calcetines. Otra vez será, cuando vengamos en verano.