Jueves, 01/04/2010 (2)
La cola para subir en la góndola del teleférico de Manakamana es gigantesca. Debe ser muy buena esta diosa concediendo los deseos porque aquí hay un montón de gente. Antes de que lleguemos siquiera al edificio de la terminal vemos al conductor que ha bajado a echar un vistazo.
Cuando nos ve en la cola pone una cara de “estos no van a salir nunca de aquí…” que nos asusta. Se ha encontrado con algún conocido un poco más adelante y se pone a charlar con él hasta que entra. Nos señala que estará esperándonos justo antes de que entremos en la terminal.
Mientras esperamos dando vueltas por el edificio, aquí hay más cola que en la inmigración de los aeropuertos, vemos a bastante gente que va con cabras y con gallos. No pensamos que sea para bendecirlos… tiene más pinta de que se trata de animales para sacrificar.
El trayecto del teleférico es espectacular, son más de tres kilómetros de cable.
Llega a lo alto de la montaña y cuando parece que ya toca bajarse aparece una montaña todavía más alta detrás. Esto sucede tres veces. La terminal superior está en la parte baja de una ciudad/mega tienda de recuerdos, que acaba en el templo. Para llegar hasta allí basta con seguir el camino de las tiendas. Venden de todo, desde bolsas con ofrendas para la diosa tántrica de los deseos, hasta juguetes para niños y también tienen cabras para los que no las quieren subir desde abajo. Las pobres cabras van en góndolas de hierro abiertas atadas con cuerdas.
La misma cola que había abajo para montar está aquí
para pasar frente a la puerta del templo. No teníamos intención de hacer una visita muy en profundidad, pero esto nos quita las ganas por completo. De todas formas subimos un poco más porque, según la guía, las vistas desde aquí arriba de los ríos y de las montañas merecen la pena. Hoy no es un día de los que merecen la pena porque hay mucha bruma y no se ve prácticamente nada. De todas formas la experiencia de ver a la gente subir hasta aquí con los gallos y las cabras merece la pena. Aquí sí que sólo se puede llegar andando o en el teleférico, no hay coches.
Para bajar no hay que hacer nada de cola. La gente que va a los templos suele quedarse más tiempo del que estamos nosotros así que montamos en una góndola nosotros solos.
Al llegar abajo comienza nuestro hiking del día. Encontramos unas escaleras para llegar a la carretera y allá que vamos. No hay día que nos libremos de subir, ya sean cuestas o peldaños. En la carretera encontramos nuestro coche, pero no al conductor. Sara le ve dentro de una especie de bar que hay al otro lado de la carretera y vamos a buscarle. Mientras paga le preguntamos a la dueña cuánto cuesta el agua. El conductor nos escribe en el móvil que pide 25 rupias. Le decimos que es muy caro y nos vamos. Beberemos el agua que está en el coche.
El conductor nos ha comprado el agua. Estamos seguros de que a él no le ha pedido las 25. Visto los precios del teleférico nos hacemos a la idea de que los turistas pagamos el triple (o más) en todo. En Katmandú compramos el agua por diez y seguro que ya hacían negocio.