Los restaurantes austriacos tienen un grave problema. No sólo es que esté permitido fumar en todos ellos y, en la mayoría, exista una capa de niebla mayor que en Londres. El mayor es que los propios camareros lo hacen y te sirven los platos casi con el cigarrillo en la otra mano. Casi todos tienen el «detalle» de dejar el cigarro en la barra mientras te llevan el plato, pero dando caladas cada vez que se acercan a por más. Aquello de que Europa es mucho más avanzada y civilizada no está tan claro. Una cosa es que se permita fumar (que tampoco me parece tan avanzado…) y otra que el camarero esté dando caladas mientras te sirve.
Obviando este «detalle» volvimos al Centimeter al día siguiente (sí, todas las fotos entre la cena y esta entrada son de la mañana del sábado). Lo cierto es que nos acercamos al restaurante a eso de las cinco y media de la tarde con la intención de tomar la merienda. Una tarta de chocolate con las siglas XXL en el menú. Un volcán de chocolate cubierto con nata, que tenía una pinta estupenda y que no cogimos la noche anterior por imposibilidad de comer más. Aunque primero, para darle un toque salado, pedimos la especialidad de la casa. Una especie de tosta con lo que se quiera (no exactamente lo que se quiera, tienen varias en menú, muy distintas unas de otras). Y la manera de pedirlas es lo especial: se piden por centímetros de tosta. Como no nos decidíamos pedimos unos centímetros de tres distintas.
Lo que sucedió después es que, con el frío que hacía fuera, lo bien que se estaba dentro, la agradable compañía y la charla nos dieron las nueve de la noche en el sitio y ya aprovechamos para cenar.
Unas lentejas estofadas, un guiso de carne y otro tipo de salchichas.
Era la primera vez que me quedaba en el mismo sitio tanto tiempo, desde la merienda hasta la cena. En realidad era la primera vez que lo hacía cualquiera de los tres y fue muy agradable.