Una de las cosas que cogimos en el hotel al dejar la mochila fue un mapa de la ciudad con los puntos de interés marcados. En realidad todo el centro de Amsterdam es un punto de interés en sí mismo pero nos sirvió para localizarnos entre los canales.
En ese mapa, además de museos y arquitectura, también aparecía algún que otro restaurante, zonas de marcha, tiendas, etc. Con el frío que hacía el sábado por la mañana cuando llegamos, a una hora indecente y sin haber desayunado, esta información fue muy útil. La primera parada fue en un pequeño local en la parte de atrás de la plaza central en el que te hacen zumos naturales al momento. Sara lo recordaba de su anterior visita. Muy ricos, pero el problema era que frío con frío no casaba muy bien.
A media mañana comenzó a llover y nos metimos en Winkel (Noordermarkt, 43) que venía recomendado en el mapa por su tarta de manzana. A mí no me gusta, pero Sara la disfrutó y le dio un sobresaliente.
Otra de las curiosidades de la ciudad son los baños públicos. No se trata de baños subterráneos o locales en los que orinar, no. Se trata de urinarios puestos a pie de calle, de hecho sin contacto con la pared. Casi como los baños químicos de las fiestas, pero en formato sólo de pie. En otras zonas tienen algo un poco más recatado: una plancha de metal que hace una forma en espiral por la que te metes hasta llegar al centro, que no es más que una plancha en la que orinar hacía el canal.
A eso de las dos, después de dar una vuelta por el barrio rojo, nos metimos en el museo VanGogh. Una larga cola para comprar las entradas a 12,50 euros casi nos quita las ganas, pero seguía lloviendo y cada vez hacía más frío. El interior nos desencantó muchísimo. Aquello era como un centro comercial el día antes de navidad y en rebajas. Una procesión de gente que penaba haciendo el recorrido frente a los cuadros sin espacio para moverse. No somos mucho de museos y menos aún de andar arrastrándonos y sin poder ir a nuestro paso, de manera que nos alejamos de la línea de procesión y vimos los cuadros un par de metros más atrás pero más rápido. Tan rápido que lo que estaba previsto como una visita de más de dos horas, se quedó en algo menos de una.
Como había tiempo cogimos de nuevo el tranvía hasta el hotel para hacer el checkin. La habitación nos encantó (aquí el vídeo). En la wifi del hotel buscamos un restaurante en el que cenar después de descansar un poco en la mega-cama.
El elegido fue Het Karbeel Café-Restaurant, Warmoestraat, 16. Allí disfrutamos de una impresionante fondue y después un filete de ternera con pimienta y uno de salmón con salsa de pescado, ambos acompañados de las patatas fritas típicas.
Antes de volver al hotel dimos otra vuelta por el barrio rojo a ver si hacían turnos.