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Sudáfrica (XXXVI)

Sábado, 05/09/2.009 (3)

La cascada está en una zona bastante fea. Hay que pagar una entrada (5R por persona y 10R por el coche) que paga nuestro conductor, el guía, por ser guía no paga. Una vez superado ese punto el paisaje cambia radicalmente. Un montón de árboles cerrados y la cascada que cae en un pequeño lago. El lago era sagrado antiguamente y sólo los jefes podían llegar aquí. Está comunicado con el lago Funduzi y con el bosque sagrado. Hace relativamente poco que se ha abierto al público en general y existe el plan de abrir hoteles y restaurantes en la zona para atraer más turismo. El guía piensa que sería un error y a nosotros también nos lo parece. Pero si los construyen antes de la entrada de pago estaría genial, porque esa zona es francamente fea y unos bonitos edificios ayudarían.

Damos la vuelta completa al lago pasando sobre un árbol hasta llegar casi debajo de la cascada. La vuelta nos lleva por la caída hasta arriba donde cruzamos el río. Es cierto que en esta época no lleva demasiada agua, a juzgar por las postales que hemos visto a la entrada. Nos propusieron hacer un picnic en la zona, pero al no haber aquí ningún sitio donde comprar comida sólo nos quedaba la opción de llevarla desde el último pueblo: un KFC u otro tipo de pollo en caja. Les dijimos que no teníamos hambre y que podíamos comer más tarde, ventajas de que la planificación fuera tan «difusa».


La carretera pasa junto a las plantaciones de té. Kilómetros y kilómetros cuadrados de plantas de té en las laderas de las colinas a ambos lados de la carretera. Ahora están en manos del gobierno que lleva un par de año explotándolas. Antes eran de una empresa china que decidió trasladar su negocio a Kenya para ahorrar costes. Lo que sucedió es que les salió mal la jugada por los costes de procesado de la hoja y cuando quisieron volver a Sudáfrica el gobierno les prohibió volver a hacerse con los terrenos.

El guía le indica al conductor un camino a la derecha. Es una zona de plantación de árboles de las fábricas papeleras, pinos y pinos. El siguiente desvío es lo peor que hemos cogido hasta ahora y eso que antes llegamos a cruzar un río de un palmo de profundidad con el Golf. Las piedras y los desniveles son demasiado para el coche. Uno de las últimas piedras impacta contra los bajos y el ruido nos hace temer lo peor. No sólo por quedarnos aquí, sino porque tenemos que volver a Johannesburgo en ese mismo coche.

Toda está aventura era sólo para tener una panorámica de las plantaciones de té, de una presa y de los bosques de pinos. La vuelta al camino principal la hacemos andando, a pesar de que el guía ya se metía en el coche (cómo se nota que tú no vas a pasar luego cinco horas ahí metido), para que el coche no lleve tanto peso. En el camino principal vemos una señal que indica el lago Funduzi y el bosque sagrado.

El lago no es accesible en coche, se ve desde unos kilómetros, pero al bosque sí que se puede llegar. Cuando llega el conductor y nos montamos se va hacia el lado contrario. Les preguntamos que qué pasa y nos responde el guía que con ese coche es imposible seguir adelante, que el camino que acabamos de hacer es una carretera asfaltada comparado con lo que hay más adelante. Esto nos deja bastante frustrados y preguntamos cuál es el motivo de que no vayamos en un 4×4 en ese caso. Nos responde el conductor. Íbamos a ir en el coche de Carmela que es un 4×4, pero a principios de semana se lo intentaron robar y le rompieron una ventanilla trasera. En el taller no encontraron la ventanilla adecuada a tiempo y por eso vamos en este otro coche.

La explicación nos parece muy bien, pero no es nuestro problema que se rompiera el coche o que no encontraran la ventanilla justa. Ya llevamos un tiempo descontando dinero de esta excursión. No hay nada pagado, se quedó en 6.300R (unos 570 €) pero todavía no ha habido cambio de billetes. Con cada una de las picias que están cometiendo estamos restando. Ésta además es la más sangrante porque Sara pidió expresamente la visita al lago y al bosque. Yo llevo un rato ya dándole vueltas a la idea de no pagar absolutamente nada de hecho. Le pedimos al conductor que cuando vuelva a hablar con Carmela nos la pase. En la zona no hay cobertura.

El guía nos dijo por la mañana que si quedaba tiempo visitaríamos las ruinas. No es que quede tiempo, es que si quitamos dos de las cosas que nos interesan del programa lo que pasa es que sobra tiempo. El museo está prácticamente abandonado: la mitad de las luces están apagadas. La explicación es que depende de tres organismos oficiales y no se ponen de acuerdo sobre cuál de ellos tiene que hacer qué.

No hay dinero para cambiar las bombillas, pero sí que hay cinco empleados cruzados de brazos (somos los dos únicos turistas que hay y no creo que haya habido muchos más en todo el día) con el uniforme. Seguro que ellos no tienen tantas quejas sobre quién hace qué mientras les sigan pagando. Se supone que aquí tendría que haber unas ruinas pero lo que de verdad hay son reproducciones y mucho panes informativo, de manera que tampoco nos lleva mucho tiempo. Muchos de los paneles están a oscuras, precisamente los que tienen fotos del lago y del bosque están entre ellos.


La excursión ha terminado y ahora hay que llevar al guía a un pueblo cercano al suyo antes de volver a la capital. Por el camino entramos en un túnel y el conductor enciende las luces. Pero no encienden y él es el primero que dice que algo va mal. Le digo que las luces no funcionan y rápidamente dice que sí, que no pasa nada. Después de ese primer túnel hay otro y ahí sí que todos vemos que la luz no tiene fuerza.

Le hacemos parar nada más salir del túnel y le decimos que así no puede ir, que vamos a llegar de noche y que hacen falta las luces. Él se empeña en decir que todo va bien y que las luces funcionan, que no pasa nada. Se baja del coche y las enciende y es verdad que la bombilla está encendida, pero en el túnel no tenía nada de fuerza. Lo que más nos cabrea es que, habiendo sido él quien se ha dado cuenta el primero y lo ha dicho, ahora no haga más que decir que todo funciona perfectamente y que no pasa nada.

Esto ya es demasiado y le decimos que nos deje el teléfono para llamar a Carmela inmediatamente. No está por la labor y nos lleva a la ciudad a comer. Entramos en un centro comercial y nada más parar el coche le exigimos que llame. Nos dice que nos va a acompañar al restaurante para ver dónde nos sentamos y que luego irá a comprar saldo para llamar. Por nosotros perfecto, pero vamos contigo a comprar el saldo, llamamos y ya comeremos luego.

Si las visitas eran violentas esto es un paso más. El pobre guía no sabe qué hacer, aunque ha reconocido que en el túnel no había luz, y viene tras nosotros porque todavía no está donde le tenemos que dejar. Entra en el centro comercial y compra el saldo. Llama a la jefa y le dice que estamos molestos, que le vamos a decir que no funcionan las luces pero que sí funcionan… Le decimos que nos dé el teléfono ya y que hablaremos nosotros.

La discusión con los del hostal de Jo’burg de antes de ayer fue frustrante porque no es fácil discutir en un idioma que no manejas del todo, pero hoy será distinto. La discusión es en italiano. Sara le hace un listado de todos y cada uno de los problemas que nos estamos encontrando: que se perdió ayer; que corre mucho; que no lleva carnet, a lo que Carmela responde que se lo dejó olvidado en el otro coche… así que lo sabía; que se puso a beber en cuanto llegamos, Carmela dice que se lo cree porque se lo decimos, pero que no bebe… no beberá el agua de los floreros, porque lo demás (aunque es cierto que no ha bebido nada, que hayamos visto, mientras conducía); que esta mañana hemos tenido que esperarle y se ha vuelto a perder; que el coche no es el adecuado para los caminos por los que nos hemos metido, nos dice que se lo intentaron robar y bla, bla, bla; y que para acabar no funcionan las luces, a lo que nos responde que no puede ser que es un coche nuevo, que es alquilado.

Estamos casi seguros de que no nos hemos dejado nada, aunque luego recordamos que no llevaba tampoco el cargador del móvil y que nos habríamos quedado incomunicados si no fuera Nokia como el mío y de alguna cosilla más. Nos pide que le pasemos al conductor. Le damos el teléfono, él está casi temblando, y nos alejamos.

Cuando acaba de hablar cuelga y se acerca a nosotros con cara de preocupación y temblor en la mano que sujeta el móvil. Nosotros queríamos volver a hablar con Carmela para que nos dijera qué iba a hacer con las luces, pero ahora está comunicando, volveremos a hablar después.

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