Domingo, 06/09/2.009 (y 2)
El parque de atracciones está al lado, en realidad es el museo del Apartheid el que está dentro del recinto junto con un casino. Una oferta que vimos en la web hacía referencia a la temperatura, por cada grado por debajo de 24 te descuentan 10 R de los 120 de entrada, pero hoy hace mucho calor, el sol pega mucho, y la entrada tiene precio completo. En un panel electrónico leemos que la mina está cerrada hasta nuevo aviso. Está claro que los últimos días no estamos teniendo suerte con las visitas. De todas formas entraremos.
Cuando nos toca el turno para comprar la entrada preguntamos si está incluida la visita a la mina. Resulta que no lo está y que esa entrada se vende en otra cola en la que no hay vendedor. Nos dicen que vayamos que llegará en un momento. No han dicho nada de que esté cerrada.
La entrada con mina son 180 R cada uno. Esto es mucho más de lo que esperábamos y si apartamos los 350 del taxi de vuelta no nos queda efectivo. Pagamos una entrada con tarjeta y otra con metálico, lo que le crea un dolor de cabeza al vendedor que no acaba de aclararse. La visita a la mina será a las dos de la tarde. Son las doce y tenemos unas pocas atracciones apuntadas para probarlas.
A pesar de ser domingo no hay mucha gente y antes de ir a la visita podemos montar en Anaconda, una tremenda montaña rusa llena de loopings, giros y caídas; Raging River Rapids, un descenso casi en rafting por un río; Tower of Terror, una caída libre que aprovecha una torre de la antigua mina y una de sus galerías para llevarnos al límite de la velocidad; y alguna otra.
El recorrido por la mina será casi un paseo privado, sólo otra pareja lo hará con nosotros. Después de un vídeo que sirve de introducción nos metemos en la mina propiamente dicha. Provistos de casco y linterna bajamos hasta unos 300 metros de profundidad. Estamos en el nivel cuarto de la mina que llega a diez, una profundidad increíble. Las paredes de los túneles están pintados de blanco para aumentar la luminosidad pero de todas formas la luz es la que llevamos con las linternas.
Vemos las vías de escape, las vagonetas que sacaban el mineral a la superficie, las zonas de seguridad en caso de problemas, los armarios de dinamita (usada para ir abriendo túneles), la forma en que se picaba en los orígenes (con martillo y cincel a la luz de una vela) y cómo se hacía poco antes de cerrar (con martillos neumáticos apuntalados en la pared), la central eléctrica que daba servicio a toas las galerías (que lleva en funcionamiento desde el siglo XIX) y los compresores que movían el agua (tanto a la superficie, como en el interior para que no se mantuviera el polvo en suspensión).
Después de la subterránea visita vamos a ver el proceso de fundición del oro. Un horno que alcanza una temperatura impresionante funde todo el material y se filtra para dejar sólo el oro que se vierte en un molde para crear un lingote de oro.
Falta todavía una hora y media para que venga a buscarnos el taxista y aprovechamos para montar en más atracciones. Miners Revenge, un Top Spin como el de Madrid; Jozi Express otra montaña rusa de las de toda la vida; y Golden Loop, un giro de ida y vuelta.
La cabeza está flotando después de tanto giro, caída, cambio de dirección, … y también tenemos hambre. Como hemos tenido que acabar pagando bastantes cosas con tarjeta nos queda dinero en metálico para un par de platos de Barcelo’s, una especie de MacDonald’s de pollo.
Con la comida en la bolsa de papel nos dirigimos al aparcamiento en el que quedamos con el taxista. Está esperándonos cuando llegamos, pero le decimos que si podemos comer antes de meternos, no hay problema. Mi plato tenía dos hamburguesas y la segunda se viene con nosotros al hotel, nos la comeremos en el aeropuerto.
Estamos en el hotel poco después de las cinco y media. Aquí se está muy bien así que esperaremos mínimo hasta las seis. Para que no parezca que nos hemos colado por la cara nos acercamos a recepción a recoger a los Symbios y resto de equipaje. Pero nos quedamos allí.
A las seis nos vamos al aeropuerto andando, está al lado. Facturamos y nos sentamos a comer la hamburguesa y alguna mandarina de las que llevamos en la mochila. El problema aparece cuando vamos a entrar a la zona de embarque. No hay manera. Tampoco vemos ningún cartel que señale las puertas ni nada parecido. Preguntamos y nos dicen que está detrás de los mostradores de facturación, ¿pero dónde? Finalmente descubrimos donde. Los equipajes cuando se facturan no van a una cinta por detrás de los mostradores, suben a un nivel superior en una especie de pequeño montacargas y dejan la parte de detrás libre para que caminen los viajeros. Nos metemos por uno de los huecos y encontramos el control de equipaje de mano y el de pasaportes.
El usuario y la contraseña de internet que nos dieron en el hotel ya no es válido, es la misma red pero han debido deshabilitarlo cuando hemos salido del hotel. No hay más que hacer que jugar a las cartas y esperar. La zona de salida está también en obras, como todo el país, y al avión llegamos en autobús.
Como en el de ida este avión de Iberia tampoco tiene pantallas en los asientos y sólo hay tres en toda nuestra zona. Lo que sí hay que reconocer es que la cena estaba francamente rica: estofado de ternera con puré de patata, fiambre y un rico pastel. Aunque en el momento de comer nos metemos en una zona de turbulencias que hace que tengamos que sujetar el vaso de agua por miedo a que vuelque.