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Sudáfrica (XXV)

Miércoles, 02/09/2.009 (1)

Esta noche ha caído el diluvio universal en Cape Town. De tanto como llovía fuera, ha llovido hasta en mis sueños. Cuando suena el despertador ha parado, aunque sigue cubierto, ya veremos si no llueve después. Lo que está claro es que hicimos bien en subir a Table Mountain el primer día.

La pierna está mejor, aunque todavía me sigue doliendo. El vendaje nocturno y el hielo han dado resultado. Para el desayuno no tenemos más que el chocolate, un poco de agua y las pastillas de la malaria (nutritivo). Cuando llegamos ayer por la noche el supermercado estaba abierto, pero nuestra calle no es la más adecuada para andar a la hora que llegamos.

La excursión por las bodegas está previsto que empiece entre las 8:30 y las 9:00, conociéndoles ya será casi a las 9:30. Volvemos a darle la tarjeta para pagar la habitación, y de nuevo vuelve a haber problemas. Sara le da la crédito y nos cobra a la primera. Mala señal. Compramos 15 minutos de internet para ver el estado de la cuenta y vemos que nos queda bastante menos de lo esperado menos de lo que cuestan las dos noches. La culpa de todo la tiene el BazBus, lo compramos para mucho más lejos de lo que tenía que haber sido y nos ha salido unos 80 euros más caro de lo que tenía que ser.

Como esperábamos el autobús llega casi a y media. Que si el tráfico está fatal, que si ha tenido que venir desde otro hotel con más gente… El caso es que hoy no iremos solos, vamos a ser ocho: dos belgas, dos sudafricanos, una americana, una inglesa y nosotros dos. Nuestra guía tampoco es la misma del otro día.

La primera bodega, Villiera, que visitamos es de nueva creación. Nos explica un poco por encima la fabricación de algo que según ellos es como el champán, pero que no lo pueden vender como tal. Teniendo en cuenta que lo hacen con un método moderno y a unas decenas de miles de kilómetros de Francia no nos extraña que no les dejen. Después nos lleva a otra zona en la que nos cuenta, muy por encima, el proceso de elaboración del vino blanco y del tinto. Nos dice que en el blanco se separa la piel de la uva del jugo, mientras que en el tinto se mezcla varias veces para darle el color, casi todas las uvas oscuras por dentro son blancas excepto unas pocas variedades.

La bodega está vacía y parada, porque en invierno no hay uvas que recoger ni, según ella, vino que hacer. Esto dice muy poco en favor de la bodega, porque en algún sitio debería haber vino envejeciendo… Está claro que la finalidad de la visita no es cultural sino pinplar vino como cosacos. Nos lleva a la sala de catas y empieza a sacarnos, ella misma, botellas y botellas de espumoso, blancos y tintos. Después de darnos la hoja de pedido por si queremos comprar algo poder apuntarlo convenientemente. Además parece que tienen algún acuerdo con esta bodega en particular porque no hace más que señalar lo ajustado de sus precios y su buena calidad. La botella de su «champán» cuesta unos 60R, que es menos de seis euros.

Hemos tirado más vino del que hemos bebido, pero tampoco hemos llamado tanto la atención porque todos han tirado bastante antes o después. Comprar, lo que se dice comprar, sólo una botella la americana.

Visto que tampoco nos ha enseñado la bodega en sí misma, Sara le pregunta si veremos la ciudad de Stellenbosch, la segunda ciudad más antigua de Sudáfrica después de Cape Town. La guía se empieza a reír y le dice que el recorrido de hoy incluye sólo la visita a las bodegas y la comida, aunque pasaremos con el autobús por el pueblo, pero sin parar. Sara recuerda haber leído algo de recorrer el pueblo, pero le dice que de acuerdo que luego lo mirará para hablar con el albergue si es preciso. De todas formas la guía se pone pesada explicando una y otra vez que el recorrido es el que es y que no lo puede cambiar, que nos quejemos luego, que hay otras compañías que sólo visitan tres bodegas y paran en el pueblo. La suya hace este recorrido y no lo puede cambiar. Después de decir que no lo puede cambiar tres veces ya nos ha puesto bastante nerviosos, no queremos que lo cambie, hemos entendido lo que nos ha dicho perfectamente la primera vez y no le estamos echando la culpa de nada, pero no se calla. Al final casi hay que decirle que vale, que nos deje en paz y que ya nos quejaremos después si hace falta.

Con el autobús pasamos por el pueblo y se encarga de dejar claro que vamos a dar una vuelta más larga de lo previsto por nosotros, porque sólo habría que pasar por delante de la universidad. Lo que hace es cruzar cuatro calles diciendo lo bonitos que son los edificios de la derecha y de la izquierda. Los más antiguos son de estilo holandés, los primero pobladores, mientras que los siguientes son de estilo victoriano inglés, los que ganaron la guerra.

La segunda bodega, Tokara, también es nueva, según la guía muy interesante: algo nuevo y diferente. En realidad es lo mismo de antes. El edificio es más original aunque sin llegar ni de lejos a las bodegas de Haro. En esta ocasión ni perdemos el tiempo delante de un dibujo para que nos explique nada. Es entrar y directos a la barra a darle al vino. Ni acercarse a una barrica, ni ver una uva. Aquí lo que se puede hacer también es comprar chocolate. Comprar, que no probar. El que probamos lo trae ella. Nosotros ya hemos tenido bastante vino en la otra y nos dedicamos a dar una vuelta por el salón que tampoco es tan grande. Además de vino aquí también tienen aceite de oliva virgen, con premios. Uno de los premios es al mejor diseño del paquete… impresionante, y otro al mejor aceite de oliva de una sola variedad de aceituna de esta zona de Sudáfrica, que debe haber tres que hagan un aceite así y éste es la medalla de plata. La guía parece que no se ha dado cuenta de que el vino no es algo que nos llame la atención y se acerca de vez en cuando a decirnos que nos acerquemos a la barra y que qué edificio tan bonito. Será bonito, pero sólo vemos el salón.


Al salir de aquí nos vamos directos al restaurante. Lo primero que hicimos nada más montar esta mañana en el autobús fue elegir la comida. La guía llamó antes para decirla y está preparada cuando llegamos. Hemos elegido una hamburguesa de ternera y un chicken-pie (qué recuerdos de Nueva York). Las dos cosas están muy ricas. Con la comida está incluida una copa de vino, se puede elegir entre blanco y tinto. Obviamente elegimos agua. Los belgas, la americana y la inglesa eligen vino, pero todos se dejan la copa casi sin tocar, no debe tener bastante calidad para sus paladares entrenados ya en dos bodegas. Los sudafricanos han pedido una coca-cola y un café con leche que se beben mientras comen.

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