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Perú (XXVI), isla de los Uros

Jueves 07/05/2009 (1)

Llegamos a Puno a las 4:30.

El bus ha parado un par de veces aunque dijeron que no lo haría. Una en Juliaca (el aeropuerto de la zona) y otra antes en un sitio indeterminado, además estábamos medio dormidos. Tampoco es que estemos como si hubiéramos dormido en una cama, pero no está mal del todo. Al bajar nos encontramos con un frío considerable. Aquí está entrando el invierno más deprisa. Luego nos dijeron que llegan fácilmente a los 10-15 grados bajo cero en agosto. Curioso cuando más frío hace es cuando más turistas vienen.

Con los Symbios cogidos nos metemos en la terminal. Fuera no había nadie y no sabemos qué hacer. La idea es quedarse en el estación hasta que sea más de día y luego acercarse a una agencia. La visita al lago Titicaca y quedarse a dormir en la isla en casa de la gente tiene que se organizada. Al entrar en el terminal nos encontramos con un montón de jaladores madrugadores. Uno de ellos nos ofrece hostal para la noche y nos dice que ya es de día y que podemos ir ahora sin coste. Nosotros no queremos dormir en Puno, sino en la isla. También lo tiene, nos ofrece una visita a Uros (las islas flotantes), Amantaní (donde dormiremos en una casa particular y nos prepararán la comida, la cena y el desayuno) y Taquile al día siguiente (ya sin comida incluida), para volver a Puno aproximadamente a las tres o cuatro de la tarde de mañana. Es lo que buscamos. Nos dice que podremos dejar las mochilas en su oficina y recogerlas al día siguiente. La oficina está cerrada pero abrirá en “cinco minutos”. El precio de todo es de 70 soles por cabeza. Ni ganas de regatear tenemos así que vale, al cambio son unos 40 euros los dos. De todas formas conseguimos una reducción de 10 soles, no podemos evitar quejarnos un poco y hace el descuento rápido.

Ya que estamos aprovechamos para comprar el billete de autobús nocturno a Arequipa para mañana. A este ritmo nos van a sobrar días o nos va a faltar país. Hemos decidido que a Bolivia ya iremos en otra ocasión, ahora nos centraremos en Perú y si sobra tiempo visitaremos el norte que, según la guía, es menos turístico. Nos han ofrecido bus semi-cama o bus cama. Es el mismo autobús pero la planta de arriba son semi-cama (es ahora cuando descubrimos que habíamos viajado en semi-cama) y en la de abajo hay sólo nueve plazas que son cama. Son 10 soles más por billete y el precio del autobús sigue siendo muy bajo, así que cogemos los asientos cama, 40 soles cada uno.

La oficina no la abren nunca y en la estación hace bastante frío. Sara ha cogido un poco y su estómago se lo está diciendo. Tampoco abren la oficina de cambio y ya le dijimos a Hugo, el jalador, que o pagamos en euros o tenemos que cambiar. Cuando abre su oficina descubrimos que es un cuarto minúsculo. Organizar de nuevo las mochilas sacando los sacos y las mantas, necesarios para la visita a la isla, y algo más de ropa nos lleva un buen rato, no hay espacio. Mientras vamos cagando a Niki y el móvil, que con las grabaciones de los guías se queda rápido sin batería. Para cambiarse, volveremos a los pantalones más gruesos, vamos al baño. Aquello es más estrecho todavía y cambiarse se convierte en un ejercicio de equilibrio.

La oficina de cambio sigue cerrada. Vamos a desayunar. Un desayuno americano con huevos revueltos, zumo natural, pan, mantequilla, mermelada y chocolate con leche son siete soles. Cogemos uno y un mate de coca caliente para el estómago de Sara. Ella también se toma el zumo natural de piña con leche. Después se arrepintió, porque pensamos que fue lo que acabó de destrozarle el estómago junto con el vaivén del barco.

Lo de cambiar euros va a ser imposible. Ya son las 7:30, la oficina de cambio sigue cerrada y el tour comienza a las ocho. Víctor se ofrece a ir al centro en colectivo y cambiarnos en diez, quince minutos. Nos pregunta el cambio (3,80 le decimos) y le damos 50 euros. Subimos a la oficina a esperarle. El tiempo va pasando y no vuelve. Al final vamos a ser más confiados de lo que pensamos con la gente.

Le dejamos la tarjeta que nos ha dado a la de la oficina para que le llame. Ella nos ha dicho que no tiene se teléfono. La idea es que nos lleve el dinero al puerto en lugar de a la estación. Vuelve diciendo que ya «está llegando», y en este caso es verdad. Ha llegado a los quince minutos y, sorprendentemente, el cambio que ha conseguido es justo el que le hemos dicho nosotros, 3,80.

Cogemos un taxi con la chica hasta el puerto y allí esperamos para embarcar. Somos unos 40 y el barco tiene dificultades de arranque. Parece que le pasa algo al motor y estamos un rato a la deriva en el lago. Una vez que lo arreglan seguimos marcha hacía Uros. El olor de la gasolina entra todo el tiempo y es bastante desagradable. Sara empieza a sentirse cada vez peor. Un par de visitas al baño después sigue estando muy revuelta y con ganas de vomitar.

La comunidad de los Uros está formada por unas 62 islas flotantes localizadas relativamente cerca de la bahía de Puno, como a una hora y cuarenta minutos de navegación. Sus habitantes viven como hace generaciones y sólo abandonaron sus islas durante una larga época de lluvias que provocó el aumento del nivel del lago, lo que inundaba sus construcciones. Recuperada la normalidad dejaron las casas que el gobierno peruano les había ofrecido en Puno para volver a su hábitat natural.


Una vez allí Néstor, nuestro guía, nos explica cómo construyen las islas y cómo las van manteniendo, la humedad, la lluvia, el frío y el calor hacen que requieran trabajos de conservación, que consisten el añadir más capas de totora para que la isla no se hunda. En realidad todo está hecho con totora: la base de la isla son las raíces de la planta cortadas directamente bajo el agua, una vez cortadas flotan como corcho. Atan varios de estos “flotadores” y después colocan ramas de totora en diferentes ángulos para ir creando la superficie sobre la que viven. Una vez creada la isla, en una o dos semanas, comienzan a construir sus casas, también de totora seca. Por si esto fuera poco también se comen la planta, la parte superior una vez pelada se queda como un tubo blanquecino. En cada una de las islas viven unas 50 personas hombres, mujeres y niños. Tienen un médico y tres enfermeras que les visitan de vez en cuando, aunque siguen prefiriendo la medicina tradicional.

Sara está hecha polvo en la isla, por si fuera poco el mal cuerpo por lo que ha comido, el frío y el balanceo del barco y ahora también de la isla, que se va hundiendo al pisar. Vuelve al barco a sentarse más cómodamente y de nuevo al baño.
Nos explican que la isla está anclada al suelo, sólo construyen en zonas con una profundidad entre ocho y diez metros y al ir añadiendo capas de totora cada dos semanas la isla puede llegar a tener un grosor de esos diez metros. Los niños van a la escuela, pero hay una para toda la comunidad por lo que deben trasladarse en barca todas las mañanas, como las barcas de totora son muy lentas utilizan unas de madera normales.

Para los turistas ofrecen el traslado de una isla a otra en barca tradicional. Allá que vamos, aunque Sara tiene bastante mala cara, pero es algo que no hay que perderse. El trayecto dura una media hora y nuestro barco nos esperará allí. Poco antes de llegar el barquero nos pide seis soles a cada uno para sostener su comunidad. El guía no había dicho nada de esto y hay algunos que no llevan dinero. Cuando llegamos a la isla el barquero les sigue cual perro de presa hasta que le pagan. En la otra isla encontramos más de lo mismo y a nuestro barco, en el que montamos y partimos para Amantaní, donde comeremos y dormiremos.

Nos quedamos con la impresión de que aquello es casi un decorado. Vivir en esas islas sería un infierno para cualquiera y pensamos que ellos también se irán en cuanto el último barco de turistas parta. Nos contó el guía que beben el agua directamente del lago, que ya debe hacerles un estómago a prueba de bombas, y que la planta que comen también es muy difícil de digerir, que ni se nos ocurriera probarla. Como beben directamente del lago no pueden tirar en él su basura (ni ir al baño). Hacen sus necesidades en grandes vasijas que llevan a la costa para tirar cuando se llenan, una vez a la semana normalmente.

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Comentarios

  • Masmi
    12 julio, 2009 a las 02:19

    Comunidades que viven en islas artificiales de totora! Impresionante!

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  • JAAC
    1 julio, 2009 a las 11:28

    Pues entonces nada, está claro que si se pueden conseguir más baratos pagar más es tontería.

    Responder
  • Alicia32
    1 julio, 2009 a las 09:04

    Es que LAN tiene unos precios para España y otros para Perú. Éstos últimos son más baratos, pero cuando vas a pagarlos te piden tarjeta de crédito peruana. He comparado y me sale más barato que me los compre la agencia.

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  • JAAC
    1 julio, 2009 a las 08:27

    Lo primero decir que ya lo tienes publicado :-p

    Y sobre las empresas… nosotros cuando fuimos a Tanzania pagamos parte del safari a través de Wester Union. Comisiones hay que pagar, no recuerdo que fueran muchas, pero es que, en nuestro caso no había otra opción nos dijeron que tenía que ser esa.

    ¿No se pueden comprar los billetes directamente en las compañías aéreas y pagar con tarjeta?

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  • Alicia32
    1 julio, 2009 a las 08:21

    JAAC, tengo una duda. La agencia a la que me estoy pensando en comprarles los billetes de avión me dicen que tengo que hacerles la transferencia y me han sugerido Wester Union o Money Gram ¿las conoces?¿sabes cuál es la mejor forma de hacerlo y que no nos supongan muchos gastos?
    y venga venga, que estoy esperando el relato de hoy…je je

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  • JAAC
    30 junio, 2009 a las 09:51

    No te agobies, que frío hace en todas partes en invierno y sobrevivimos 🙂 Desde Tanzania vamos con los sacos a todas partes, son de los pequeños poco más de 500 gr de peso, y con la sábana.

    Ya te digo que no nos pareció posible que esa gente viviera ahí a estas alturas de la vida. Con todo lo que ofrece la ciudad es imposible que la gente se quede en una isla artificial en la que no hay nada :-S Eso sí, como tú dices, es una especie de museo viviente que merece la pena visitar. De hecho, puede que deje de existir en algún momento, aunque es una buena manera de ganar dinero con el turismo.

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  • Alicia32
    30 junio, 2009 a las 09:19

    ¡¡MADRE MÍA, NOS VAMOS A HELAR DE FRÍO!! ¿vosotros llevábais sacos?¿os hicieron falta? ay, qué ganicas!!
    Y lo de la isla de Uros tengo entendidoque en verdad no viven allí, pero bueno, es como un museo viviente de épocas pasadas. No me parece mal que esté ahí..

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