Ternura, melancolía y envidia –que no hay “de la buena”–.
Quien nos conoce sabe que somos “más duros que el pan de ayer” –una expresión que le encanta a un amigo nuestro para describirnos, bueno, para describir a uno de nosotros en particular, no diré quién, seguro que si en algún momento leyera esto le sacaríamos una sonrisa–. Es cierto que la sensibilidad no es nuestro fuerte, para qué nos vamos a engañar. Al viajar a menudo notamos que si tuviéramos una pizquita más podríamos disfrutar de lo que nos rodea –y también sufrirlo, claro– más intensamente.

Salta Conmigo te desea…
Pero hay circunstancias que nos tocan la fibra hasta a nosotros, que seguimos teniendo nuestro “corazoncito”, aunque sea de pan duro. Una de ellas es ver a nuestros amigos o conocidos viajeros, todos ellos adultos, viajar con sus padres. A veces es iniciativa de los hijos, que quieren compartir su pasión por los viajes con sus “viejos”. Y a veces es de los padres, que, al no poder ver tanto a sus “pequeños”, ya no tan pequeños, en casa como otros, van allá donde estén acercándose físicamente a ellos y metafóricamente a ese “mundo viajero” que no siempre acaban de entender del todo.
Y aquí llega nuestro trío de ternura, melancolía y envidia.
Ternura
“Tierno” no es un adjetivo que usemos mucho. De hecho cuando más lo usamos es en otra expresión que suele ser de coña para describir lo que es tan ñoño que sentimos que nuestros niveles de azúcar en sangre van subiendo a niveles preocupantes: “más tierno que el día de la madre”. Otra vez “la madre”, por cierto…

Salta Conmigo te desea…
Bueno, que me disperso. Es tierno ver a padres e hijos en edad adulta viajar juntos en entornos y circunstancias totalmente diferentes a las de cuando estaban acostumbrados a viajar –si es que lo hacían– cuando vivían bajo el mismo techo y los hijos no eran más que niños.
Seguro que no será todo color de rosa. Al fin y al cabo cuando ya no vives con tus padres, o con tus hijos, tus costumbres cambian. Vamos, que si ya con tu pareja o tus amigos hay momentos de tensión, con tus padres o hijos no van a faltar. Seguro que hasta hay algún momento en el que te arrepientes de haber tenido esa idea loca. Pero ahí estás, y al final merece la pena. Será que en las redes se comparte solo lo bueno, pero esas sonrisas no son fingidas, que conocemos a sus “autores”.
Melancolía
Como ya habrás entendido llegados a este punto, que siempre he hablado en tercera persona de quien viaja con sus padres así que he dado pistas, no, nosotros no lo hemos hecho. No en edad adulta por lo menos. Y no le echamos la culpa a ellos –tampoco se ofenderían porque no leen nuestro blog–. Lo hemos pensado en más de una ocasión pero nunca nos hemos lanzado nosotros tampoco. Y el hecho de que dejáramos el trabajo para irnos a viajar un año por Sudamérica digamos suavemente que “no fue bien recibido”. Así que lo de ir a vernos como que no… De hecho creo que hablamos un par de veces durante ese año. Nosotros no nos esforzamos tampoco en hacerles entender el por qué de esa elección. Ellos puede que no se esforzaran en entenderla, o simplemente que no lo consiguieran, que sabemos que no es sencillo.

Salta Conmigo te desea…
¿Y después? No ha habido ocasión y con el tiempo se ha hecho más complicado hasta convertirse, ahora, en prácticamente –o literalmente, según el caso– imposible, por diferentes circunstancias personales de las que no voy a hablar aquí. Así que esas sonrisas de padres y madres viajando con sus hijos no dejan de provocarnos cierta melancolía. Y de hacernos plantear esos “y si”…
Envidia
Pero, hablemos claro, cuando quieres algo que tienen otros, pues eso no es otra cosa que envidia. Que no hay “de la buena”, porque en el fondo siempre hay un poco de resquemor. Si te empujara a hacer algo para cambiar tendría algo de bueno, aunque a menudo simplemente te gusta quedarte ahí, regondeándote en tu “miseria”. Esto lo paso rápido, porque no es bonito decir que somos envidiosos en Navidades, que queda muy mal…

Salta Conmigo te desea…
Moraleja
Como todo cuento malo de Navidad, este también viene con moraleja. Podría ser que viajes más con tus padres o con tus hijos. Que al fin y al cabo este es un blog de viajes y tendrá que tener algo que ver con viajar y con lo que he contado hasta ahora, ¿no? Vamos a hacerlo más genérico: intenta entender esa pasión de gente cercana a ti que le lleva a hacer cosas de lo más raras (y si eres tú el «bicho raro», intenta explicar por qué ser «raro» te hace feliz). A lo mejor os acerca. A lo mejor empezáis a compartirla. O a lo mejor la cagas. Quién sabe… ¿Nosotros dando consejos de vida? ¿Estamos de coña? ¿Esto es un blog de viajes o un libro de autoayuda? Bueno, que es Navidad, déjanos por este vez. Prometemos no hacerlo más. Por lo menos hasta la próxima Navidad. Es la primera vez en 12 años.
Y colorín colorado, este cuento –o reflexión ñoño-navideña– se ha acabado.
Dedicatoria
Aunque se haya acabado, nos falta algo. La dedicatoria. Nosotros, ya lo hemos dejado muy claro, no somos muy sensibles. Nuestros lectores, a veces, sí que lo son, y mucho. Y hay mensajes que nos envían que hacen que tengamos clarísimo que no les merecemos. Nos pillas leyendo esto y cortando cebolla para la comida de Nochebuena, que si no…
“Queridos amigos, porque ya lo somos.
Muchas gracias por compartir sus experiencias viajeras, pero más aún por el toque verdaderamente personal.
He disfrutado como acompañante no invitado sus viajes, afortunadamente sin interrumpir ni causarles más gastos.
Sigan disfrutando de la vida con la energía de siempre y ojalá que sigan alcanzando sus anhelos y si la vida no se los da.. entonces ustedes se lo arrebaten con la fuerza y determinación que nos han enseñado.
Un amigo en México.”
Aaron, esperamos ir a México en 2020. Y aunque no nos acerquemos a la familia, puede que nos acerquemos a un amigo. Perdona que hayamos robado tus palabras y las hayamos vilmente copiado aquí, pero has tocado nuestro corazoncito de pan duro.