Llevamos tiempo lamentando lo que está sucediendo en Siria, un pueblo fantástico que nos acogió con cariño y respeto allá por 2008. Primero la guerra civil que destruyó lugares que nos enamoraron como el zoco de Alepo o volvió a llevar los combates a los muros del Krak de los Caballeros, y después el estado islámico con su barbarie contra cualquier monumento o resto de la antigüedad.
No hemos dejado de decir, a cualquier que nos ha querido oír, que los sirios han sido el pueblo más amigable que hemos encontrado en nuestro paso por Oriente Próximo. Alejados del turismo, cuando paseamos por sus zocos ningún vendedor salía tras nosotros intentando encasquetarnos cualquier souvenir de mala calidad. Es más, cuando preguntábamos por los precios de especias o de las kufiyyas casi nos ignoraban porque el turista no era su público, ni tenían un precio más caro para nosotros. Las mujeres y chicas vestían pantalones vaqueros y camisetas y llevaban su pelo suelto, nos sonreían y nos saludaban, muchas en inglés. Es cierto que las mezquitas estaban llenas, pero ¿no están también llenas las iglesias en toda Sudamérica y no les convierte en integristas católicos?
A casi siete años de nuestro paso por el país nos preguntamos cuántas cosas habrán desaparecido para siempre y cuántas tardarán muchos años en volver…
Turismo en Siria
Ésta es una de las cosas que estamos seguros de que tardará muchos años en volver. Si Siria nunca fue un destino turístico de primer nivel, eclipsado por su vecina Jordania con Petra, y la Tierra Santa israelí, una guerra como la que está viviendo quedará grabada en la mente de muchos turistas –siempre habrá algún viajero dispuesto a volver cuando las cosas se calmen–. Pero, además, ¿qué quedará para visitar en el país cuando la guerra acabe?
Alegría en Siria
Pasear por los zocos y cruzarse con niños que reían y que querían que les fotografiaras era todo uno. No sólo niños, los vendedores también sonreían cuando veían que llevabas una cámara y les preguntabas si podías hacerles una foto. ¿Cuánto tiempo necesitarán para volver a sonréir después del horror? Por no hablar de esas mujeres y chicas con su ropa occidental… ¿llegará un momento en que puedan volver a vestirla y hablar con un occidental por la calle sin ser tachadas de cualquier barbaridad por sus vecinos?
Alepo, patrimonio de la humanidad
Alepo fue, sin duda, la ciudad que más nos gustó en nuestro paso por Siria. Pasear por sus calles era volver a la Edad Media, pero no a una llena de vendedores que te ven como a un dólar con piernas mientras tratan de venderte cualquier cosa made in China. Era una Edad Media real, podías sentirla en las piedras, en las miradas de los vendedores, en su sonrisa franca y en esa sinceridad que te sorprendía cuando te explicaban que la kufiyya más barata estaba hecha con fibra sintética mientras que por poco más de un euro más tenías las hechas de algodón –todo esto mientras te miraba a los ojos y te dejaba tocar el tejido–.
Poco se sabe de todo lo que ha pasado en esa fantástica ciudad a lo largo de los años. La rebelión contra el gobierno fue sofocada con tanques y bombardeos. No sólo los edificios, también la amabilidad en las miradas y las sonrisas sinceras…
El Zoco de Alepo
No volverá. Estaba ahí desde el siglo XIV. El mercado histórico más grande del mundo, con casi 13 kilómetros de pasillos llenos de tiendas. La guerra acabó con él el 29 de septiembre de 2012: un incendio lo devoró. Se lo llevó todo. Nadie podrá volver a pasar por esos callejones llenos de vida con los puestos abiertos o, como hicimos a primera hora, vacíos, sólo para nosotros antes de que llegaran vendedores y compradores con su animación y sus conversaciones. ¿Qué habrá sido de aquel vendedor y de su puesto de kufiyyas?
La ciudadela de Alepo
Uno de los castillos más grandes y antiguos del mundo. Con más de diez siglos de historia y cientos de batallas en sus muros, no estaba preparado para la guerra del siglo XXI. Nada de catapultas, arietes o flechas. Ahora son bombas lanzadas desde aviones, disparos de tanques y obuses. Cierto es que, cuando nosotros entramos encontramos que casi todo estaba ya destruido o reconstruido a causa de un terremoto, pero la acción humana siempre es más destructora y abominable.
La gran mezquita de Alepo
Un templo romano dio paso a una iglesia bizantina sobre la que se erigió la mezquita. Su seña de identidad, un minarete del siglo XI de cinco pisos. Un símbolo tal era demasiado “orgulloso” para una ciudad en guerra y fue bombardeada en 2013 destruyendo por completo su minarete. No ha sido la primera vez: incendios, terremotos, saqueos… no pudieron con ella, confiamos es que esta vez también resurja de sus cenizas.
El Krak de los Caballeros
Una fortaleza inexpugnable anterior a las cruzadas. Unos muros que fueron creciendo a lo largo de los siglos hasta hacer imposible su conquista por las armas. La historia cuenta que los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén la rindieron porque recibieron una carta de sus superiores desde Trípoli en la que les ordenaban hacerlo… Eso sí, la carta no la escribió ningún caballero hospitalario, sino que fue redactada según dictado del sultán Baibars. Con esos antecedentes parecía claro que, de haber combates, el Krak volvería a tener protagonismo. Pero, como le pasó a la ciudadela de Alepo, los muros medievales no están preparados para las armas del siglo XXI.
El Krak era un sueño hecho realidad. Era vivir una película paseando por sus almacenes de comida para los asedios, sus túneles, sus dobles murallas. Tuvimos la suerte de hacerlo y, no sólo eso, también estábamos prácticamente solos y pudimos “perdernos” metiéndonos en salas oscuras y saliendo en sitios que ni sabíamos que estaban allí. ¿Qué habrá sido de sus arcos, de sus portadas góticas, de sus baños, de su capilla convertida en mezquita? ¿Qué habrá sido de aquel restaurante en la puerta de la fortaleza y de aquel simpático sirio que nos ofreció pan mientras esperábamos que llegara un minibus camino de Alepo? ¿Qué habrá sido de nuestros compañeros de minibus en la ida, que pidieron al conductor que nos llevara hasta la puerta en lo alto? ¿O de los de la vuelta, una familia completa con abuela incluida, que iba desde su casa en la ladera del monte hasta Alepo?
Palmira, el oasis en mitad del desierto
Ver Palmira desde lo alto, desde el castillo Qalʿat Ibn Maʿn, era un espectáculo increíble. ¿Cómo era posible esa concentración de palmeras y de restos romanos en mitad de ese desierto inhóspito que separa Siria de Irak? Ya en su momento nos dio respeto el hecho de que el autobús que nos llevaba hasta allí desde Damasco continuaba su ruta hacia Irak, en esos años en plena guerra… aunque tampoco es que ahora se pueda considerar un país tranquilo.
Templos, columnas, tumbas… un patrimonio milenario que el desierto se había encargado de proteger durante siglos y que, en pleno siglo XXI, volvía a ser enclave de guerra. La vista desde el castillo era tan buena, que las ametralladoras se colocaron allí y barrieron toda la ciudad. Por si fuera poco, el expolio y saqueo de restos arqueológicos nos ha dejado con la duda de cuánto quedará en ese lugar de cuento de hadas, de las mil y una noches. ¿Qué habrá sido del taxista que, en este caso por ser un lugar turístico, nos intentó cobrar más por llevarnos hasta las ruinas? ¿O del simpático vigilante del teatro romano que nos perdonó 50 LS porque no tenía cambió y nos dijo “Welcome to Syria” con una sonrisa?
Damasco
La ciudad habitada más antigua del mundo, o eso decían, como capital del país tampoco se ha librado de ataques, atentados y coches bomba. ¿Qué habrá sido del fabuloso palacio Azen convertido en museo de tradiciones populares? La historia de un pueblo contada a través de sus instrumentos musicales, de geometría, de astronomía… Varias horas estuvimos allí entre sus salas y sus enormes patios llenos de árboles que nos ofrecían su sombra. ¿Habrá patios ahora, y árboles que den sombra?
Gran Mezquita de los Omeya
Una de las más grandes del mundo, con una capilla en su sala hipóstila en la que, según la tradición, reposaba la cabeza de Juan el Bautista. Allí, sentados en su patio, después de ver los mosáicos, los alminares, las cúpulas… pensamos los dos: “Si todo el mundo conociera la cultura de los demás y su capacidad para crear arte habría muchas menos guerras”. Cientos de personas compartieron ese momento en el patio con nosotros, a muchos fotografíamos e incluso uno nos pidió que le hiciéramos una foto… ¿qué habrá sido de todos ellos?
No se cumplió nuestra petición anti-xenofobía y anti-miedo a los demás. La lucha comenzó entre hermanos y, años después, se está convirtiendo en un ensayo a nivel global en el que ciudadanos de todo el mundo entran en una guerra sin sentido –¿alguna lo tiene?– mientras un país con buena parte de la historia del mundo antiguo ve como, entre unos y otros, desaparecen los restos y, lo que es peor, la sonrisa de sus habitantes.