Lunes, 27/06/2011
La última noche ha sido casi europea. Es un hotel, es cutre, pero es el sitio más europeo en el que hemos estado en este viaje. Incluso con una cómoda en la habitación con una tele encima. Eso sí, tampoco había plato de ducha en el baño. Como en todos los alojamientos todo el suelo del baño es el plato de ducha con un sumidero en el centro.
Salir de la habitación por la mañana es volver a India. Incluso en el pasillo el calor es agobiante y húmedo a las seis de la mañana. Nos quedan 170 rupias y Sara ya está pensando en cómo gastarlos en el aeropuerto.
A las 6.10 llega nuestro taxi. Hemos bajado con tiempo de sobra y hemos pasado los últimos cinco minutos sentados en las butacas de recepción rodeados por las mochilas. El avión sale a las nueve, pero nos dijeron que para los vuelos internacionales hay que estar en el aeropuerto con tres horas de antelación. No vamos a llegar con tres horas porque nos parece excesivo, lo normal es que lleguemos con la hora de embarque, pero esta vez tenemos que facturar y con la escala es importante que las mochilas vuelen con nosotros para que lleguen también con nosotros a Madrid.
En menos de diez minutos llegamos al aeropuerto. Venir desde el aeropuerto al hotel era más complicado, sobre todo si no sabías dónde estaba el hotel, pero el aeropuerto lo conocen todos los taxistas. Por cierto, es la segunda vez que montamos en un taxi en todo el viaje. Hasta ayer sólo habíamos montado en tuctuc, en autobús o en tren. Nada «privado» con cuatro ruedas.
Con todo lo que nos habían asustado con la antelación encontramos unos mostradores de facturación vacíos y muy eficientes. Después de lo que nos costó facturar el primer día con Air India, con todo el mundo preguntando a sus jefes y saliendo de sus mostradores, esto es sorprendente. No hay que hacer todo el circo que nos obligaron a hacer en Madrid. Dejas las maletas en la cinta y ellos se encargan de facturarlas, de darte tus tarjetas de embarque y lo que haga falta, no hay que luchar contra una máquina con un software imposible de manejar y de entender. Hemos llegado a las 6.25 y antes de las siete menos cuarto ya hemos facturado y tenemos las tarjetas de embarque.
Pasar el control de equipajes y de pasaportes también es sencillo y rápido. Nos recuerda al metro de Delhi todo limpieza y eficacia. Puede que no sea tan espectacular, pero el contraste con todo lo demás hace que parezca más de lo que puede que sea.
La buena noticia es que tenemos unas buena dos horas para gastar nuestras rupias. La mala es que no tenemos casi rupias que gastar. Seguimos tomando las pastillas de malarone, así que hay que desayunar. Con 170 rupias no da para mucho. Para empezar compramos una botella de agua y un batido de moca. Sentados a la mesa acabamos con el fuet que nos quedaba y un paquete de crackers. Ayer ya lo dejamos medio cortado, la navaja no puede pasar a esta zona y está en Symbio.
Cuando volvamos a Madrid tendremos que seguir con las pastillas unos días, ya conocemos la profilaxis de la malaria.
Con 70 rupias nos quedan pocas posibilidades. La botella de agua ya son 40… Recorremos el aeropuerto y todas sus tiendas. Aquí también hay tiendas del estilo de las que visitamos en Agra, con muebles y esculturas que cuestan miles de euros.
En una de las tiendas, de electrónica, tienen puesta la banda sonora de la película Ready que vimos en Jaipur. Nos ponemos a bailar la coreografía y el vendedor que nos ve nos sonríe. Él también ha debido ver la película.
Menos de dos horas después compramos la botella de agua y las 30 rupias que sobran se tendrán que venir con nosotros. Las chocolatinas y los dulces son muy caros en los aeropuertos.
El vuelo será todo de día. Iremos buscando la salida del Sol por toda Eurasia. Vamos a llegar a Munich a la hora de comer. Como es la vuelta no nos hemos preocupado mucho de los tiempos y sólo hay una hora de escala. A la hora de volver a casa lo que queremos es llegar cuanto antes. Las mochilas vendrán, antes o después. Lo importante es que lleguen con nosotros a Munich, desde allí hay muchos vuelos diarios a Madrid y antes o después llegarán.
El avión es del mismo tipo que el del otro día, puede que incluso el mismo. No es lo mismo volver a bajar las escaleras en un avión por segunda vez, pero no deja de ser una experiencia.
El sueño no hace acto de presencia. Es más difícil dormirse en un avión cuando has dormido ocho horas en una cama cómoda. Tampoco hay películas nuevas, pero sí mucho diario que escribir. Todo el viaje hemos estado corriendo de un lado para otro y no he tenido tiempo de escribir nada completo. Desde el primer día, que Sungin se quedó en la estación de tren de Jodhpur en lugar de venir a Jaisalmer, he tenido que ir a toda velocidad escribiendo frases cortas y esperando que en algún momento tendré tiempo de completarlo.
Ahora es el momento de rellenar un poco los huecos.
Después de desayunar y de comer, aunque ha sido a la hora de desayunar otra vez con el cambio horario. El pollo y el arroz se quedó en el viaje de ida, la vuelta nos sorprende con ternera con patatas. Hay otro plato de pollo, los indios no comerían nunca ternera, pero nosotros ya la echamos de menos.
En Munich no tenemos tanto tiempo para entretenernos por las tiendas. Tampoco hay que correr, pero no tenemos mucho tiempo para entretenernos. De todas formas, una hora da para mucho. El vuelo sale con un poco de retraso y eso nos hace estar más seguros de que los Symbios llegarán a Madrid con nosotros. El hecho de que nos lo confirmen en el mostrador también nos hace estar seguros.
Pensábamos que al llegar a Madrid nos parecería que haría frío. Pero en el avión nos hemos traído algo del clima indio. A las cinco y media aterriza el avión y Madrid nos recibe con un bochorno terrible.
El metro es menos elegante, pero nadie te cachea al entrar que es un detalle importante.
A esperar al siguiente viaje… que sabemos que no tardará mucho porque ya está comprado para dentro de un par de meses.