Domingo, 23/08/2.009 (1)
Para evitar problemas hemos venido con tiempo al aeropuerto. Antes de llegar me llevé la sorpresa de que ya era socio de Iberia Plus, así que he perdido un montón de millas por no saberlo (tampoco tenía la tarjeta). El vuelo salía a la una y media, pero a las once y cuarto ya estábamos facturando. No había casi nadie en los mostradores de Iberia a esas horas, así que fue muy rápido. Todavía no sabían la puerta, pero sí que sería desde la terminal satélite.
El vuelo viene desde Barcelona y hace escala en Madrid, pero el avión ya está conectado al finger y al de Barcelona le faltan 40 minutos para llegar. Deben venir en otro y cambiar aquí. Al principio parecía que íbamos a ser cuatro gatos en el avión, pero después de casi una hora y media esperando ha aparecido bastante gente (muchos serán los de Barcelona). Como viene siendo habitual, montamos los últimos en el avión, con las Columb (cazadoras Columbia) en la mano y sudando como cerdos con los pantalones largos y las zapatillas. Dentro del avión no sudamos. No sólo no sudamos, sino que nos echamos la manta Iberia en cuanto nos sentamos.
Aunque se juntó un montón de gente en la puerta queda algún sitio libre, pero ya los han “reservado” otros. Las tres últimas filas centrales (de tres asientos) tienen sólo a uno sentado para luego tumbarse y dormir todo el viaje. No tenemos problemas con no tener asientos libres al lado y nos dormimos antes de que el avión llegue a la pista de despegue. Tampoco hemos oído al piloto decir si estamos cumpliendo con el horario, a qué hora vamos a llegar, etc. Nos hemos dormido muy pronto. El problema es que no llevamos reloj y no sabemos cuánto tiempo ha pasado hasta que nos despertamos.
Creíamos que al ser la salida a la una y media no iban a darnos cena. Es más, casi lo preferíamos para dormir del tirón, pero si hubiera cena habría que tomarla, que este ha sido el billete de avión más caro de la historia. Sí que dan, será cena y desayuno. Está bastante bueno el pollo con guisantes y patata cocida. Después de eso, volver a dormir. Tampoco hay mucho más que hacer, porque no hay pantalla personal y los tres monitores para toda nuestra zona se ven bastante mal. Los cascos están «escondidos» en el bolsillo delantero y los encontramos casi al aterrizar.
En un momento que nos despertamos, Sara le pregunta la hora a una azafata. Son las siete de la mañana. Lo siguiente despierto, es el desayuno. Preguntamos si estamos en hora (lo de no haber cogido el reloj…) y nos dicen que sí. Llegaremos a las once y cuarto, diez y cuarto hora local. ¿10:15 hora local? Si era la misma hora que en España y la hora de llegada eran las 11:30. Las del desayuno nos dicen que son las diez y diez. El desayuno no es gran cosa, pero hay que comer algo para tomarse la primera pastilla de Malarone.
El aterrizaje es un poco turbulento, además de darnos una vuelta completa sobrevolando Johannesburgo, Jo’burg o Jozi para los locales. El aeropuerto es enorme, muy limpio, muy moderno y casi vacío. Para el control de pasaportes no tenemos que esperar mucho, aunque la cola es de las que te hacen dar un montón de vueltas, y entre eso y los saltos del avión acabamos medio mareados. Cuando queremos llegar a la cinta de los equipajes ya están allí los Symbios, así que salimos rápido de allí.
Hasta ahora la estadística era de un 50% de posibilidades de que estarían esperándonos con el cartel (Lima) y otro tanto de que no (Aman). Se rompe el equilibrio con un no. Allí no hay nadie con nuestro nombre. Como tampoco tenemos dinero para llamar, lo primero será ir a por él mientras uno se queda en la puerta por si aparece alguien. La seguridad no se cuenta entre las virtudes del país, por lo que hemos decidido que será mejor sacar dinero de los cajeros en lugar de llevar mucho encima. Los bancos nos explicaron las comisiones a pagar por usar un cajero en el extranjero y no eran mucho peores que lo que se pierde al cambiar dinero. Preguntamos por el cajero, en la planta de arriba, y voy a sacar. El aeropuerto cuenta con varias plantas, mucha luminosidad y gran cantidad de tiendas y restaurantes. Es una de las obras que se han visto afectadas por el próximo mundial de fútbol en el país.
Con 1.100 rands (en aquel momento un euro equivalía a casi once rands) en el bolsillo, Sara me dice que me dice que allí no ha llegado nadie. El mostrador de información está justo en la puerta de salida de los vuelos. Allí vamos buscando cabinas. La chica de la oficina se apiada de nosotros, después de mandarnos a la cabina y de que Sara le pregunte si se puede pagar con tarjeta, y llama al Brown Sugar, nuestro hostal que incluía en el precio venir a recogernos. En el Brown Sugar no contesta nadie, en las páginas amarillas sudafricanas ha encontrado el mismo teléfono que le hemos dado nosotros.