Sábado 15/11/2008 (1)
Dejamos en recepción los symbios, despertando, sin querer, al recepcionista que también duerme aquí. De hecho, nos tiene que abrir la puerta que está cerrada con llave. Sale con nosotros y mira el cielo desperezándose.
Cogemos un taxi a la estación pero no nos deja en el mismo sitio que ayer. Esto parece mucho más complicado que ayer: no hay occidentales y tampoco carteles, ni escritos en árabe. Preguntamos y nos metemos en uno de los microbuses que nos dicen que va a Homs, son 100 LS cada uno. No saldrá de la estación hasta que no se llene y quedan bastantes plazas libres… Después de 15 minutos nos piden los pasaportes para el registro y se los llevan.
Otra vez sin pasaportes en mitad de la estación. Ya estamos acostumbrándonos al peligro. Seguimos esperando, no somos los únicos que parece que tengamos ganas de salir, hay un par de locales que también se están impacientando. Media hora después se mete en el bus el que nos ha dicho que iba a Homs y arranca. Eso nos pone «nerviosos», porque lo de estar esperando a que se llene el autobús sin tener totalmente localizados los pasaportes pase, pero que arranque y que salgamos de allí sin los pasaportes sí que no entra en nuestros planes. Bajo a buscar al tipo y sigue por allí. Mediante gestos le pregunto que cuándo sale y él abre las manos indicando 10. No puede ser, ¡son las siete de la mañana! Cuando ve mi cara y mis gestos de que son las siete me explica que no es a las 10, es a las 7:10, en diez minutos. Intento que me devuelva los pasaportes y hace el gesto de que los tiene que apuntar.
Al rato llega un vejete al que le dan todos los carnés (los locales también tienen que dar su documentación para subir al autobús) y nuestros pasaportes parra que rellene el listado de pasajeros. Nuestro vendedor le dice que nos apunte a nosotros primero y que nos devuelva los pasaportes, o eso parece. Pero el viejo nos va dejando para el final. Llega un militar cuando ya sólo le quedan nuestros pasaportes y al darle su carné lo apunta antes que a nosotros. Al final entiendo el por qué. Cuando no le queda nada más que apuntar le dice a otro (o eso entiendo yo) que no lee más que árabe y que no sabe lo que pone ahí. El otro tipo los coge y me dice que le acompañe. Me lleva a una habitación cercana donde otro más mira los pasaportes y da su bendición para que viajemos. Al salir de la habitación me devuelven los pasaportes.
Parece que nos vamos. Al final hemos estado poco más de una hora esperando. Se mueve muy despacio y va con la puerta abierta. El que vende los billetes va gritando el destino por si alguien más quiere subir. Tanta seguridad rellenando impresos y en cuanto salimos de la estación se montan cinco o seis más que ni dan carné ni se apuntan en ningún sitio. El autobús ya estaba lleno y sacan unos taburetes de plástico que ponen en mitad del pasillo para que se sienten. En el de ayer todavía tuvimos suerte (era de los grandes) y no fumaban dentro, pero en este no tenemos tanta suerte y fuman todos. Por suerte o por desgracia la ventanilla de Sara se abre sola y el aire se va limpiando.
Llegamos a Homs pero nos para en la estación que está al sur de la ciudad. Para ir al Krak hay que coger otros microbuses que salen en la del norte. En realidad pensamos que hará otra parada en la del norte, porque el nuestro sigue para arriba, pero tampoco lo tenemos muy claro y el que nos ha vendido los billetes nos ha dicho que aquí. Preguntamos cómo ir al Krak y nos confirman que tenemos que ir a la otra estación, que cojamos un taxi. Y eso hacemos, 100 LS y a la otra.
En realidad los microbuses salen de una estación «propia» que está al lado de la grande. Habrá unos cincuenta o más y todo está escrito en árabe. Preguntamos por Quelaa Al Hosn y nos señalan en una dirección. Aparece un conductor que dice que nos lleva sin paradas a nosotros solos por 600 LS. Ni hartos, el billete normal sale por 50 LS. De hecho en cada microbus caben 14 pasajeros lo que, a 50 por cabeza, hace que el viaje salga por 700 LS para el conductor. Por supuesto tendrá que ser completo porque no se va a mover hasta que no esté lleno. Uno de los que va nos señala la fortaleza cuando se ve y parece que le dice al conductor que suba al castillo. Según la guía no todos lo hacen.
El Krak de los caballeros (150 LS y 10 LS estudiantes) es una auténtica maravilla. Arcos; columnas; techos abovedados; portadas góticas; torres defensivas cuadradas, circulares, con miradores; almacenes; caballerizas; letrinas; baños árabes, añadidos tras la conquista; capilla, transformada posteriormente en mezquita.
La verdad es que impresiona de lo grande que es, lo sólido que parece y toda la historia que tiene. Su origen es una pequeña fortificación en el siglo XI en que se acuartelaba un destacamento de kurdos (en árabe akrad) y lo más probable es que su nombre, Krak, derive de dicha palabra al ser tomada por los cruzados en 1.099. La orden de los caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén lo reforzaron en diferentes etapas desde 1.142 hasta hacerlo casi inexpugnable. De hecho fue uno de los últimos centros de resistencia de los cruzados y no cayó hasta 1.271.
Es una fortaleza dentro de otra. Por fuera se encuentra en lo alto de una colina y por dentro un foso separa al muro exterior del interior. En su interior había almacenes de alimentos con provisiones para soportar asedios de años. Tan imposible era de tomar que se cree que su conquista fue por astucia. El sultán Baibars les envió un mensaje falsificado de sus superiores de Tripoli en el que se les ordenaba la rendición. Tras esto el castillo se reconstruyó y se mantuvo en uso hasta la época otomana en que fue abandonado. Los hospitalarios después de la pérdida del Krak se refugiaron en San Juan de Acre resistiendo a los mamelucos hasta 1.291.
Mañana más.