Al día siguiente volvimos a acercarnos a Pushkin para entrar en el palacio de Catalina y ver el salón de ámbar. En realidad lo que hay es una réplica del original, durante la segunda guerra mundial los alemanes no cerraron el cerco de San Petersburgo, pero sí que tomaron Pushkin y se llevaron todos los paneles de ámbar que cubrían el salón. Años después una compañía de gas alemana decidió restituir el salón al palacio y fabricaron una réplica del original. La única diferencia que hay con el original es una pequeña placa en la que aparece el nombre de la compañía alemana.
Volvimos a coger el autobús y de nuevo pagamos la entrada al jardín, no se podía entrar directamente al palacio a pesar de que el jardín lo había visitado el día anterior. Para conseguir entrar tuvimos que esperar casi tres horas de cola. Lo más irritante era el hecho de ver como los rusos se saltaban la cola constantemente.
Una vez dentro tuvimos otra de las discusiones rusas. Una vez que entras en el palacio tienes que esperar otra cola para comprar el billete y otra más para entrar. En ese momento ya no soportamos más que se colaran y empezamos echárselo en cara, medio a voces y con palabras sin sentido, total, no nos iban a entender de ninguna manera.
El interior es tan tremendo como el exterior. Enormes salones de baile y todo lleno de estufas de cerámica.
Y el famoso salón de ámbar.
De vuelta a San Petersburgo nos acercamos a la iglesia de San Salvador. Tiene un gran parecido con San Basilo en Moscú.
Desde allí al teatro Aleksandrinskij, en la plaza Ostrovskogo.
Los puentes de los canales también estaban profusamente decorados. Éste está sobre el canal Fontanka, Anickov most, el puente Anickov, y las estatuas representan a los domadores de caballos (Klodt, 1.850).
Después de eso volvimos a coger el tren para ir al monasterio de Smol’nyj.
La vuelta la hicimos en autobús, en uno de verdad. Conseguimos orientarnos lo suficiente como para montar en un autobús y saber cuando bajar. Era nuestro último día en San Petersburgo y ya nos habíamos hecho un poco con la ciudad.
Ese día tuvimos uno de los grandes momentos del viaje cuando en el albergue nos dijeron que no nos podíamos quedar a dormir allí esa noche, que estaba todo completo. Nuestra reserva acababa el día anterior porque teníamos previsto coger el tren nocturno camino de Moscú, pero el primer día nos encontramos con la desagradable sorpresa de que no quedaban plazas. En el albergue nos consiguieron plazas para uno que salía a las cinco de la mañana del día siguiente y nos dijeron que no había problema para dormir allí. Al volver de Pushkin resulta que sí que había problema… En el último momento nos llevaron a otro albergue-hotel, sin ningún cartel en la puerta, para pasar allí nuestra última noche al mismo precio.
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