El día 23 era el día de la fiesta de las Noches Blancas. Nosotros nos fuimos a ver el Palacio de Catalina en Pushkin. Como todos los palacios de la época está rodeado de unos enormes jardines con fuentes, lagos, estanques… Muy al gusto de la época. Al igual que en Peterhof, hay que pagar una entrada para los jardines y, una vez dentro, si se desea visitar el palacio hay que pagar otra entrada.
Para llegar hasta allí hay que coger una especie de autobús que hace la ruta San Petersburgo-Pushkin (unos 27 km). Digo «una especie» porque son furgonetas con entre 7 y 12 plazas que no llevan ningún distintivo y son todas diferentes. Al llegar al jardín preguntamos si el palacio estaba abierto, el tema fiesta nos preocupaba un poco. Las de la entrada (siempre mujeres, en Rusia no trabajan los hombres) no sé si nos entendieron o no, pero nosotros entendimos que sí estaba abierto, así que allá que fuimos.
Este palacio es casi todavía más grande que los demás. No hay tantas fuentes pero los lagos son enormes.
Esta columna creemos que aparece en los billetes de rublo. Hay otra muy parecida en San Petersburgo y no llegamos a descubrir cuál de las dos era. El puente de mármol que une los grandes lagos del jardín del palacio: el grande y los superiores. La pirámide es, como en Egipto, una tumba; pero, en este caso, es la tumba de los perros de Catalina II.
También tiene un parte oriental, con una aldea china y una pequeña pagoda.
Y esto fue lo más cerca que estuvimos del interior del palacio. Sí que el día festivo afectaba. Había un fiesta en palacio esa noche y estaba cerrado a visitas particulares, los grupos sí que podían pasar. Uno de los vendedores de cuadros que hay en las puertas nos dijo que pagando podríamos entrar. Nos pedía más del doble de la entrada por cabeza por colarnos (1.200 rublos frente a 500), conocía a uno dentro que… Al final decidimos que volveríamos al día siguiente, teníamos tiempo.
A la vuelta de Pushkin paramos en el monumento a los caídos en el sitio de Stalingrado que vimos el primer día llegando del aeropuerto. De cerca es todavía más impresionante.
La estructura del monumento es un anillo incompleto que representa el hecho de que el sitio no se llegó a cerrar y Stalingrado no cayó en manos nazis. Toda la parte interior está llena de escritos en cirílico recordando las fechas y de imágenes de Lenin y de la hoz y el martillo rodeados de llamas.
Debajo hay una especie de museo con efectos personales de soldados, armas y documentales de la época. Todo aderezado con marchas militares rusas.
El exterior tiene otro montón de esculturas que representan a soldados marchando a la batalla (despidiéndose de sus mujeres e hijos), mujeres fabricando proyectiles, hombres levantado barricadas… te llega a emocionar la fuerza de las estatuas.
Al lado había una gran estatua de Lenin y una fuente con un espectáculo de sonido y agua. Bajo la estatua de Lenin había gran cantidad de chavales montando en bici y jugando con pelotas de malabares.
Después de eso nos dirigimos al Aleksandro Nevskaja lavra, el monasterio de Aleksandra Nevskogo. Dentro hay siete iglesias y cuatro cementerios. En el de Tihvin se encuentran las tumbas de destacados escritores y músicos del siglo XIX. Para entrar las mujeres se deben cubrir el pelo.
En la plaza en la que se levanta el monasterio vimos un McDonalds. En Rusia los nombres extranjeros se escriben fonéticamente, es decir, como suenan, por eso hay una «a» en su cartel.
Desde allí vuelta al albergue en metro para comer algo y prepararnos para ver la fiesta nocturna. La escalera única para bajar al andén. Las estaciones en San Petersburgo son grandes pero no son como las de Moscú, eso sí, los vagones dejan mucho que desear. La gente con su cara alegre típica.
Por la noche se cortaron todas las calles y la gente salió a la fiesta en masa. El escenario en la plaza del Ermitage estaba completo.