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Camino del desierto

Viernes, 17/06/2011 (1)

El tren, como el avión ¿ayer? ¿antes de ayer? (cómo pasa el tiempo) llega a su hora a Jaisalmer a pesar de haber salido con casi una hora de retraso. No acabo de entender los tiempos que planifican, si siempre se dan esos márgenes, ¿por qué no van más deprisa desde el principio? El caso es que a las 5.15 pasa el revisor gritando algo. No acabamos de entenderlo porque estamos dormidos, pero suponemos que será que hemos llegado al final del trayecto.

Durante la noche también hemos acabado por cubrirnos con las mantas. Lo difícil que es encontrar un término medio de temperatura en estos sitios: fuera te cueces y dentro necesitas una chaqueta.

Al mismo tiempo que los demás empezamos a movernos y, una vez más, los demás pasajeros deben pensar que somos tontos pero después de lo de ayer… volvemos a preguntar «¿Jaisalmer?». Sólo les hemos dicho una palabra en todo el viaje, pero una buena cantidad de veces. Parece que ha habido una guerra en el vagón, todo está lleno de sábanas por el suelo, colgando de las literas, atadas… las mantas igual y bastantes papeles tirados. Aquí falta un cartel de esos de por respeto a los que vengan después déjalo todo como te gustaría encontrarlo.

Salimos a la calle cuando todavía es de noche. Allí ya están los conductores de tuctuc esperando a los turistas, cuatro gatos porque son todos locales, deseando llevarnos a donde queramos. Lo que también encontramos son jaladores como en Perú. Gente que nos quiere llevar a sus pensiones o a hacer una excursión en camello por el desierto. Hay uno, en concreto, de lo más pesado. No tenemos intención de contratar nada ahora mismo, déjanos que nos despertemos y ya hablaremos después. Tampoco queremos alojamiento, para continuar con la paliza de los primeros días (y ganar la mayor cantidad de tiempo posible), esta noche volveremos en tren a Jodhpur.

Lo que sí hacemos es airear las sábanas. Aunque en el vagón ha acabado por hacer casi frío, nada más tumbarnos todavía hacía calor y las sábanas se han quedado un poco mojadas de sudor. Se secan en un suspiro. Son más o menos las cinco y media de la mañana y aquí debe haber ya más de treinta grados, eso sí, no hay humedad, es lo que tiene estar al lado del desierto.

Según el plan previsto volvemos a la estación, aquí no hay gente tumbada en el suelo, tampoco hay mucho sitio, para tratar de dejar a Okihita en la consigna. La encontramos pero está cerrada, el jefe de estación, o uno que está en su despacho, nos dice que abre a las 6.30. Tendremos que esperar una hora aquí, pero tampoco hay mucho que hacer en la ciudad, hasta las siete de la mañana no abren los templos. De todas formas queremos hacer las visitas lo antes posible para evitar el calor del medio día.

Nos sentamos en un banco del andén y pensando en dejar la mochila comprobamos qué es lo que vamos a necesitar. De entrada comer algo, ayer con los cambios de vía y la espera del tren no cenamos y, aunque no tenemos hambre por el calor, ya va siendo hora de comer. A este viaje no hemos traído tabletas de chocolate. Sara se dio cuenta de que no les iba a venir nada bien el calor y que iba a ser casi chocolate a la taza. A cambio hemos traído frutos secos, en concreto almendras. Lo siguiente que hacemos es lavarnos los dientes. Otra vez con un resto de agua de la botella, que se ha mantenido bastante fresca por el aire acondicionado del tren pero que ya empieza a calentarse. Y para acabar nos untamos con crema solar. Aunque llevamos los trapos para taparnos si el Sol pica mucho es mejor estar preparado.

A las 6.30 llega uno para abrir la consigna. El problema es el horario. No tiene muy claro a qué hora cierran ni si luego abre o no. Nos dice que cierra a las cuatro de la tarde y que ya está. No nos sirve. Tendríamos que volver a por la mochila a las cuatro y luego seguir con ella encima hasta las once, hoy cogemos el tren a la misma hora. Nos vamos con la mochila encima, ya la habíamos aligerado bastante en Jodhpur.

Cuando salimos de la estación quedan pocos tuctuc y vuelven a pedir dinero muy por encima del precio real. Es poco más de un kilómetro hasta la fortaleza y a esta hora caminar es hasta agradable para desentumecerse después del tren. De nuevo las vacas aparecen por todas partes. A diferencia de lo que pasaba en Nepal, aquí, serán sagradas, pero tampoco se les respeta demasiado. En cuanto se mete una en la carretera, cosa que hacen constantemente, los conductores se ponen a pitar como locos hasta que consiguen que se quiten. Tampoco es que necesiten muchas excusas para ponerse a pitar, porque lo están haciendo todo el tiempo haya gente delante o no la haya, es como si estuvieran diciendo todo el tiempo «Aquí estoy yo».

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