Llevamos un mes sin salir de casa para hacer ningún viaje. El último fueron tres días y los anteriores, excepto Sudáfrica, fueron ida y vuelta en el día. No es que la reserva de viajes, fotos e historias que contar se haya acabado (todavía quedan Santander y Amsterdam), pero sí que es cierto que se está reduciendo.
De manera relativamente parecida a las empresas estamos empezando a pensar en los futuros proyectos para el 2.010. Son muchos los sitios que nos gustaría visitar, pero poco el tiempo. Además está el problema de los días de vacaciones. Son un derecho, pero hay que «lucharlos». Los clientes tienen que seguir teniendo servicio, hay que coordinarse con los compañeros, los posibles proyectos que saldrán y que hay que estar preparados para cubrir…
A diferencia de otros muchos, yo no disfruto preparando las vacaciones. No me embarga la emoción mientras miro revistas y elegimos un destino. Tampoco es que me vuelva loco mirar los foros o las guías de viaje una vez elegido. Menos aún reservar alojamientos o excursiones por correo electrónico o a través del teléfono. No significa esto que me gusta que me lo den hecho, al contrario, me gusta que no haya nada hecho y que el viaje sea completo. No sólo ver lo que hay, también hablar con la gente (aunque sea sólo para encontrar un alojamiento o para coger un autobús), preguntar por sitios, seguir los consejos de los locales que recomiendan ver tal o cual cosa.
Cuando lo llevas todo preparado hay poco margen para la improvisación, que también se puede y, por otra parte, no a todo el mundo le gusta. Enamorarte de un sitio y quedarte un par de días más porque estas a gusto o huir de otro porque no te apetece estar ni un minuto allí…