Seguimos con la sección dedicada a la gastronomía típica de algunos de los países que hemos visitado. Después del plov uzbeko y del ceviche peruano, le llega el turno al ramen japonés. Un plato del que poco, o nada, sabíamos allá por 2006 cuando visitamos Japón y que se convirtió en uno de los descubrimientos gastronómicos del país –y eso que toda la gastronomía fue un delicioso descubrimiento–. El ramen no es un plato con el que conseguir una estrella Michelin, al contrario, es la comida rápida de Japón, pero ya les gustaría a las hamburguesas de McDonald’s o Burguer King estar así de ricas.
Un poco de historia del ramen
El ramen es de origen chino. Puede que entrara en Japón por la isla de Okinawa que durante siglos tuvo una relación muy estrecha con China. El caso es que arraigó en el país del Sol naciente y cada región decidió darle su toque especial. Si, en su momento, decía que había muchas recetas de plov en Uzbekistán, en Japón hay tantas variedades de este plato que incluso hay varios museos dedicados al ramen, en Yokohama –donde es posible probar recetas de distintas partes del país– o en Osaka.
Ingredientes del ramen
Tres son los ingredientes básicos del ramen japonés: el caldo, los fideos y lo que se le echa encima, los toppings. En cada región, casi en cada restaurante, personalizan cada uno de los tres ingredientes, así que no probaréis dos ramen iguales. El caldo puede ser de miso, de soja, de pollo, de cerdo… puede ser denso –casi gelatinoso– o claro. El color también varía, sobre todo en función de su base, de un blanco lechoso a un ocre oscuro. Los fideos son largos y muy elásticos, hechos a partir de trigo, de trigo sarraceno o de mezcla de ambos. Cuando os hablamos de pasta fresca italiana dijimos que era relativamente “fácil” hacerla en casa, pues hacer fideos ramen no lo es. La elasticidad es complicada de lograr. A ver quién es el guapo que encuentra el ingrediente “secreto”, el kansui, para conseguirlo. El acompañamiento puede ser cerdo –panceta o lomo–, cebolleta china cortada, huevo cocido, vegetales…
Nuestro primer contacto con el ramen
Llegamos a Kyoto casi de noche después de un día de turismo intenso –si habéis visto el itinerario de nuestro viaje a Japón sabréis que todos fueron intensos– y, camino de nuestro ryokan desde la estación, pasamos frente a un restaurante de ramen. Nos quedamos con el sitio y decidimos volver en cuanto dejáramos las mochilas. Habíamos leído en la guía que los restaurantes de ramen estaban abiertos hasta altas horas de la noche.
Éramos los únicos turistas en el restaurante un sábado por la noche, pero no llamábamos más la atención que los que iban de fiesta, los trajeados que salían del trabajo, los ancianos o las familias. Todo Japón alrededor de un buen bol de ramen. Pedimos un ramen special pork y vaya que quedamos enamorados de aquel caldo con fideos, panceta frita y cebolleta. En aquel momento nos costó menos de tres euros y era el grande, medio litro más o menos. Triunfó tanto que volvimos la noche siguiente. Por el sabor, por la calidad, por el precio y por volver a ver a todos los empleados diciendo a coro “domo arigato gozaimashita” cada vez que un cliente salía del restaurante.
Comer el ramen
Lo que más nos sorprendió del ramen fue la forma en que los japoneses lo comen. Es un caldo caliente –aunque nos hemos enterado de que hay algunas variedades que se sirven frías, al menos fuera de Japón–, pero caliente de verdad. Vamos, que lo sacan del fuego para echarlo en el bol y, mientras tú miras con cara de “ahora a ver quién se come esto hirviendo”, el japonés que tienes al lado se come dos.
Junto con el bol llegan unos típicos palillos y una cuchara de cerámica. Evidentemente puedes comer los fideos y los toppings con los palillos pero no son buenos para el caldo. El caso es que el vecino de barra, en el restaurante donde estuvimos nosotros no había más mesas que la barra, se come todo mientras tú estás todavía soplando la primera cucharada. ¿El secreto? Sorber. En lugar de soplar aire sobre la cuchara antes de comer, lo que hacemos nosotros, ellos absorben el caldo y algo de aire, enfriándolo sobre la marcha camino del estómago. Toda la vida tu madre diciéndote que no sorbas la sopa y llegas a Japón y te encuentras con un concierto de sonidos que llevas una vida evitando. ¿Sabrán ellos algo que nuestras madres no sabían?
No. No fuimos capaces de aprender la técnica –una vida evitando hacer ruido al comer sopa no se supera en una sentada– y, después de quemarnos un par de veces, decidimos que había que nacer en Japón para ser capaz de hacerlo con aquella soltura. Eso sí, después de soplar un poco y esperar que se enfriara disfrutamos de aquella delicia como el que más.
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