El autobús –cuyo billete compraste ayer por la noche apresuradamente– sale a las 10, te despiertas a las 7 y no tienes nada listo: la mochila no está hecha, no sabes lo que vas a llevar y, sobre todo, no te has preparado nada, no sabes bien a lo que vas. No es la primera vez que te pasa pero esta vez… vas a andar durante, por lo menos, un par de semanas, ¿estarás preparada?
Así empezó mi viaje, nuestro viaje, hacia Santiago. Un viaje sin billete de vuelta porque no sabíamos cuándo llegaríamos, si llegaríamos, si seguiríamos… Y un desafío, mental y físico, más después de la experiencia en el trekking al Roraima, en Venezuela.
Cuando digo que no me había preparado nada quiero decir… nada de nada. No me había preparado físicamente pero tampoco sabía bien qué me esperaba, ni a quién y qué me encontraría en el camino. Y ahora que tengo que hablar de él tampoco estoy del todo preparada –qué mala soy, ¿no?–. Puede que se me aclaren las ideas cuando el pie deje de doler –ya hablaré de mi tendinitis y de qué tontería me la causó–, por ahora voy a empezar por lo básico, lo primordial, lo primario… las sensaciones. Nada de sentimientos ni reflexiones profundas, sensaciones físicas.
Ya hablé de mi “revelación” sobre el viajar con los 5 sentidos cuando escuché a Javier Reverte y, como en el caso de Sudamérica, voy a dejar aquí una muestra de sensaciones por cada uno de los sentidos. Aquí va el 5×5 sentidos de nuestro camino de Santiago. De nuevo, dejo la vista la última.
Nota: nuestro camino empezó en León, así que esta “muestra de sensaciones” corresponde sólo al tramo León-Santiago, unos 320 km.
El oído – sensaciones sonoras del camino de Santiago
- El ruido de los pasos o de los bastones de los peregrinos. Cambia según el suelo: asfalto, piedras, tierra… pero siempre está ahí. Es la señal de que no estás solo, de que otra historia de peregrinaje se está cruzando con la tuya. A veces pasa mucho tiempo hasta que lo escuches, a veces no haces más que escucharlo, a veces se confunde entre los ruidos de los coches y a veces es lo único que escuchas.
- Los ronquidos. ¡No podían faltar! Lo admito: no me gusta dormir en albergues con habitaciones compartidas. Pero en el camino es parte de la experiencia. Tiene cosas buenas –entre ellas, por supuesto, el precio–, pero la peor, sin duda, es que ¡siempre hay uno (o más) que ronca! Y no son unos ronquidos cualquiera, no, ¡es como escuchar al león rugiendo en la sabana!
- Los animales, los de verdad, que no sólo están los figurados… el chirrido de las cigarras en la meseta castellana da paso al mugido de las vacas –y el zumbido de las moscas– en Galicia.
- Los pájaros. Entre todos los animales, las aves se merecen una mención aparte. El cacareo de los gallos es un clásico, un buen día de peregrinaje no puede empezar sin él –y luego seguir, ¡que los gallos cantan a todas horas!–. Pero hay mucho más: desde el castañetear de los picos de las cigüeñas en León al graznido de los cuervos en Galicia, pasando por el trisar de las golondrinas o el canto de los ruiseñores –o parecidos, ¡que no soy ornitóloga y no tengo ni idea de aves!–.
- El “buen camino”, por supuesto, el saludo oficial de los concheros –los peregrinos que se dirigen a Santiago– y que ha sustituido al tradicional “Ultreia”/”Et suseia”. Da igual de qué nacionalidad sea el peregrino, estas dos palabras las conocen todos y consiguen darte más ánimo del que creas en algún momento…
El olfato – sensaciones olfativas del camino de Santiago
- El olor del réflex o de otros analgésicos parecidos. Lo segundo que se hace cuando se llega al albergue, después de la ducha, es echarse réflex en alguna articulación dolorida, ¡un clásico!
- El olor a campo, a frescura y a hierba en Galicia. ¿A qué huele el verde? En cuanto entres en Galicia, te darás cuenta.
- El olor de los excrementos de vaca, también en Galicia. Sí, es poco romántico, lo sé, pero es la pura realidad. Las aldeas gallegas están llenas de ganado vacuno y los pobres animales tienen que hacer sus cosas… Es de lo que más has olido en Galicia si has hecho el camino, ¡y lo sabes!
- El aroma de las panaderías. Pan, bollos, empanadas… es pasar delante de una panadería y ¡sentirse mágicamente atraído por ella cual Hansel y Gretel hacia la casita de chocolate!
- El olor a pies. Sí, una de cal y otra de arena. El olor a pie es otro “regalo” de los dormitorios comunes de los albergues.
El tacto – sensaciones táctiles del camino de Santiago
- La sensación del orballo, o de la niebla, en la piel en las mañanas gallegas. El frescor deseado durante los días de 41ºC por la meseta castellana por fin llega… ¡y casi se convierte en frío!
- Las piedras en los zapatos. ¡Malditas sean! A veces te preguntas cómo pueden entrar, pero ahí siguen, y vuelven.
- Estrechar las manos con otros peregrinos, ahí es cuando empiezas a compartir una parte de su experiencia de conchero con la tuya.
- La extraña textura de las sábanas de papel, las que por la mañana hacen chispas cuando las quitas de las almohadas recubiertas de tejido parecido al plástico.
- El tacto de tu piel al masajearla con pomadas antiinflamatorias o el de las ampollas. ¡Mi pobre pie!
El gusto – sensaciones gustativas del camino de Santiago
- La cecina de León, ¡qué rica! Si no fuera porque cuando me levanté después de comerme un delicioso bocadillo de cecina me empezó a doler el pie como si me estuvieran clavando un millón de agujas, tendría un recuerdo incluso mejor de ella.
- Los productos del Bierzo. He de admitir que no probamos el botillo, fallo imperdonable. Pero, eso sí, ¡las cerezas estaban riquísimas!
- Los quesos locales: el queixo do Cebreiro, el queso Arzúa-Ulloa… ¡ñam!
- Los grandes clásicos gallegos: el pulpo y las empanadas. ¡Hay empanadas de todo, y cada cual más rica!
- Como no, la tarta de Santiago. Al llegar a la ciudad del santo, o antes, ¡hay que probarla!
La vista – sensaciones visuales en el camino de Santiago
- Las iglesias castellanas con sus espadañas y “sus” cigüeñas. Una constante en nuestros primeros días de camino.
- El secarral de la meseta castellana y los campos de grano. Si el verde es el color de Galicia, el amarillo es el color de Castilla. Aunque las viñas y los paisajes del Bierzo son una excepción.
- Los picos de las montañas gallegas que asoman entre las nubes y la niebla y la intensidad de los colores de los paisajes gallegos. Donde el azul es más azul y el verde es más verde.
- Las diminutas aldeas gallegas con sus iglesias, sus cruceiros, sus cuatro casas, sus hórreos y, cómo no, ¡sus vacas! Las vacas han estado presentes en todos los sentidos –menos en el tacto, no, no las tocamos– y no podían faltar aquí.
- El camino. El camino en sí, tan cambiante, tan igual y tan diferente. Plano, empinado, tortuoso, recto, al lado de la carretera, entre árboles y vegetación cerrada, de tierra, de piedra, de asfalto, en pueblos, en ciudades, en la absoluta nada, iluminado, oscuro, lleno de hojas, inundado, polvoriento, estrecho, amplio, sugerente, aburrido, teñido por los colores del amanecer, quemado por el sol del mediodía, con sus conchas pintadas, incrustadas, talladas… y siempre señalizado con sus reconfortantes flechas amarillas.
Si has hecho el camino de Santiago seguro que coincides con muchas, ¿no? ¿Cuál te falta? ¿Qué te parece esta selección?