Viajar a Viena es algo que poca gente se plantea en pleno invierno. Si cada vez más es más fácil levantarse un día en cualquier parte de España y ver nieve al asomarse por la ventana, ni nos imaginamos el tener que sacar una pala cada mañana sólo para poder llegar desde la puerta de casa hasta la acera.
Sin embargo, esos paisajes nevados no dejan de llamarnos la atención, aunque nada comparado con el hecho de ver que no hay decenas de niños jugando y lanzándose bolas de nieve. La costumbre, en su caso, y la falta de costumbre, en el nuestro, nos lleva a comportarnos de una forma tan distinta. En España niños y adultos no podemos evitar congelarnos las manos con unos guantes de lana que se empapan con la primera bola, lanzarnos por la primera cuesta con un plástico o intentar hacer un muñeco de nieve.
Viena es una ciudad para ver nevada
Con frío, con los guantes que casi no te dejan hacer fotos, el gorro calado hasta los ojos y la bufanda que parece en llamas por el vaho de la respiración, vestido con capas y capas de ropa –técnica de cebolla– le plantas cara a las temperaturas invernales vienesas. El momento de ver esas impresionantes avenidas –porque si algo se puede decir de Viena es que es una ciudad Imperial– con sus coches de caballos y sus tranvías. En nuestra mente se mezclan imágenes de Sissi Emperatriz con las de El Tercer Hombre y su Wiener Riesenrad, la noria del Prater.
La Stephansdom, la Secession, el Belvedere, la Staatsoper…
Aunque no todo en Viena en invierno es pasar frío: museos, palacios, iglesias… Destaca la espectacular Catedral de San Esteban, Stephansdom, con sus curiosas medidas: 111 pies de anchura y 3 veces 111 de longitud, 4 veces 111 de altura y 7 * 7 * 7 peldaños hasta la cámara de la torre, y su decorado tejado.
Klimt no sólo está presente en el Palacio Belvedere –ver sus jardines nevados es otro de los alicientes de viajar a Viena en invierno– con su obra más conocida: El Beso, también está en el edificio de la Secesión, Secession. La Secesión vienesa, el modernismo austriaco, tiene su máxima expresión en el edificio construido a finales del XIX por con un enorme friso de Klimt dedicado a Beethoven.
¿Cuántas veces has visto el concierto de Año Nuevo el uno de enero? Pues es en Viena, concretamente en la Ópera de Viena, Staatsoper. La cantidad de daños que sufrió durante la Segunda Guerra Mundial hizo que fuera necesario casi reconstruirla en 1955. Y no es sólo conocida por el concierto y su temporada de ópera y de ballet, sino también por el Gran Baile de la Ópera, Opernball.
Vale, puede que tú prefieras ver los parques floridos y pasear en manga corta… porque Viena es un destino turístico con cualquier clima, pero mejor con frío, créenos.