Nuestro último día en Oslo la ciudad decidió que ya estaba bien de lluvias y de tener los pies medio mojados todo el tiempo. Un Sol, como no habíamos visto en la capital noruega, provocó que ese pequeño sentimiento de ganas de volver –“a primeros de septiembre en Madrid hace calor y brilla el Sol”– dejara paso al conocido: ¿por qué hay que volver?
No sé si fue una suerte o un problema toda esa luz para visitar el edificio de la Ópera de Oslo, Operahuset también Operaen. Y, ¿por qué la duda? Porque se trata de un edificio cubierto, por completo, de mármol blanco italiano, la Facciata, y, por si faltaba algo, cristal y aluminio. El lugar ideal para quedarte ciego, como si estuvieras subiendo por una montaña nevada. Es que es eso lo que se puede hacer en este sorprendente edificio: subirlo. Ya habíamos visto más edificios así en el país, como la casa de la cultura en Voss. Se trata de diseños en los que el tejado comienza a ras de suelo y sube de forma que puedes “escalar” a lo más alto del edificio.
El hecho de que puedas no significa que debas, es más, los carteles ya dejan claro que es cosa tuya el “arriesgarte” en la subida –muy noruego lo de decir que tú verás, como en la subida al Preikestolen–. Pero sí que es cierto que sin unas buenas gafas de sol puede ser más complicado de lo que parece, al estar casi ciego sin poder ver los pequeños escalones y los surcos para que baje el agua de lluvia por el tejado, formado por 36.000 piezas de mármol encajadas.
La forma, el color y la situación, junto al fiordo, hacen que la Ópera de Oslo tenga la imagen de un bloque de hielo desprendido del glaciar que haya flotado hasta encallar en el muelle. Un iceberg convertido en palacio de música después de vaciar su interior y llenarlo de roble –el material interior del edificio es madera que debido a sus propiedades acústicas está presente en todos los teatros de ópera y salas de conciertos– .
Noruega demuestra una vez más que es diferente: la construcción del edificio, comenzada en 2003 acabó en 2007, antes de lo previsto, y gastando menos del presupuesto original. No sólo eso, está construida para favorecer el deporte del skate en ciertas partes del tejado… increíble, ¿no?
Caminando llegamos a la Catedral del Salvador de Oslo. Lo que encontramos allí fue sobrecogedor –había pasado un mes y medio desde la matanza de Utøya–, las muestras de dolor y de afecto a las víctimas y familiares nos golpeó como lo había hecho la propia noticia.
Las pocas nubes que cubrían el Sol se fueron alejando conforme nos acercamos al muelle. Oslo nos quería mostrar su mejor cara y se lo agradecimos sentándonos en un banco mientras la capital noruega acababa con el tópico que le quedaba: frío, lluvia y mal tiempo.