Moverse por una isla de 246 km2 con 76 líneas de autobuses no puede ser difícil. Más aún, cuando siempre que dices que vas a viajar a Malta todo el mundo habla de sus autobuses… Pero no habla porque sean buenos, tampoco porque sean malos. Hablan porque son –en realidad eran– característicos. Viejos autobuses ingleses de poco después de la Segunda Guerra Mundial que recorrían la isla de una forma especial. Pero “eran” porque desde junio del año pasado, 2011, los autobuses son modernos, algunos incluso dobles, con aire acondicionado y calefacción.
Eso no quita que moverse en autobús por la isla siga teniendo su aquel. La herencia de los distintos pueblos que han pasado por el archipiélago se hace evidente en su servicio más famoso. Una organización británica: líneas a todas partes, aunque extrañas rutas que van y vuelven por distintos lugares complicando regresar al punto de partida. Una información española: hemos visto a unos ingleses bajando en mitad de una carretera al equivocarse de dirección en su autobús; a unos italianos corriendo de parada en parada buscando el que querían, con la desesperación bien visible en la cara; y nosotros hemos acabado dando unas vueltas importantes por no entender dónde iba cada uno. Una conducción italiana: ¿quién dijo miedo? el acelerador está para usarlo… pero el freno también, y si puede ser de golpe, pues mejor. Y una “esperanza” árabe: Insha’Allah, llegarán si Dios/Alá quiere… y a punto estuvo ayer por la tarde –noche cerrada a las 17.30– de no querer, y de abandonarnos en mitad de la nada.
Lo bueno es que el billete lo hemos amortizado con creces. Un billete de una semana cuesta 12 euros, el diario 2,60 y uno de dos horas 2,20. El de dos horas es “poco útil”: la cantidad de veces que hemos tenido que cambiar y las vueltas que hemos tenido que dar hacen que dos horas sean pocas para llegar al destino que buscas. El diario va bien, pero si vas a estar más de cinco días ya es mejor el semanal.
El sábado paseamos por La Valeta, llegamos tarde al hotel y salimos más tarde todavía, justo para la hora azul y las luces de Navidad que también alumbran la capital maltesa. Su nombre se debe a Jean Parisot de La Valette, gran maestre de los caballeros de Malta, que defendió la isla de una invasión otomana en 1565. Los malteses la conocen simplemente como Il-Belt, que significa «La Ciudad». Idioma complicado el maltés donde los haya, mezcla de árabe clásico, siciliano, veneciano, francés, español e inglés. Y el hotel es, en este caso y sin que sirva de precedente, un cinco estrellas: el InterContinental de Malta, en St. Julians, con una fabulosa oferta.
Ayer. Ayer domingo sí que le sacamos el jugo al billete de autobús: nada más y nada menos que diez veces montamos. Unas por despiste nuestro, otras por lío con el conductor y las más porque no había manera de llegar sin tener que hacer algún cambio.
¿Qué ver en la isla de Malta?
Marsaxlokk
Para empezar el mercado dominical de Marsaxlokk. Un pequeño pueblo pesquero en el que cada domingo se organiza un mercado de pescado, no fresco: ¡vivo!, al que se unen puestos de todo tipo creando un mercadillo en toda regla. Los luzzus, las barcas de los pescadores, saludan a los viajeros desde los ojos de Isis pintados en sus proas. Desde Valeta autobuses 81, 82 y 86.
Ghar Dalam
Después, el primer error del día fue no parar antes, pasamos por la cueva Ghar Dalam. Una cueva prehistórica donde se han descubierto pruebas de asentamientos humanos de hace 7.400 años, junto con restos de animales que, tras las glaciaciones, quedaron aislados en Malta y fueron empequeñeciendo: pequeños elefantes, hipopótamos y ciervos. Suena muy bien, pero la verdad es que, el segundo error del día, fue parar: no merece la pena en absoluto, a no ser que seas un paleontólogo, y menos por los cinco euros que cuesta la entrada.
La Gruta Azul
La cosa no pintaba bien, y peor fue cuando casi tuvimos que volver a La Valeta desde allí para ir al aeropuerto, desde donde sale el autobús 201 a la Gruta Azul. Lo malo fue que debido al viento, que tampoco nos pareció mucho, no había salidas de barcos. Lo peor, que el autobús tiene una frecuencia horaria: de hora en hora.
Templos prehistóricos Ħagar Qim y Mnajdra
Para llegar a los templos de Ħagar Qim y Mnajdra, última parada del día, también hay que usar el 201 o, una vez que estás en la gruta, las piernas. Eso fue lo que usamos nosotros. Son menos de dos kilómetros y allá que fuimos.
Impresionante es decir poco. Se trata de dos templos anteriores a las pirámides de Egipto y Stonehenge. Su estado de conservación es muy bueno, pero también hay que decir que están bastante restaurados –algún día abriremos un debate sobre la restauración–. Como colofón a la visita hemos disfrutado de una puesta de Sol de las más espectaculares que hemos visto.
Eso sí, no podía acabar el día sin otra sorpresa con los autobuses. El 201 no pasó y, estar en mitad de la nada de noche cerrada sin que pasen ni coches por la carretera, no es agradable. Por suerte, sí pasó –con diez minutos de retraso– en dirección contraria. Vuelta al aeropuerto y desde allí a St. Julians, con el X2.
Lo que da de sí una isla.
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