Las seis de la mañana. No es una hora en la que la gente piensa levantarse cuando está de vacaciones, pero es la hora a la que hemos quedado con Bryson para desayunar. Nuestro primer día durmiendo dentro de un parque natural en tienda de campaña. Hemos dormido en el Serengueti.
El Serengueti es uno de esos nombres que se le quedan a uno grabados en la cabeza. Años de documentales de animales, de ver a los ñúes atravesando la sabana, las leonas corriendo tras las cebras, las puestas de sol con las jirafas a contraluz… Es uno de esos sitios que todo el mundo conoce y su visita puede ser una experiencia o una decepción.
Depredadores esquivos en el Serengueti
La mañana comienza como lo segundo. Tras un par de horas sólo hemos visto herbívoros. El tamaño de los elefantes africanos hace que el todoterreno parezca un juguete. Nos miran con sus ojos sabios, cansados por todo lo vivido, mientras caminan como los señores del parque sin preocuparse por ningún peligro. Su fuerza está en el grupo y en su tamaño. El rey de la sabana no atacará nunca a una manada de elefantes y lo saben.
Cada uno de los grupos de cebras, búfalos, gacelas, antílopes, impalas… que vemos nos hacen buscar a sus depredadores entre los rastrojos secos. Pero, o nuestros ojos no son capaces de distinguir el color de los leones y las manchas de leopardos y guepardos del amarillo de los tallos secos, o no corren ningún peligro.
Saludar a los hipopótamos ha sido sencillo. Son animales de costumbres y no se alejan mucho de los ríos o balsas de agua. A pesar de la fama de los depredadores el animal más peligroso de África es el hipopótamo, es el que más humanos mata al cabo del año. Puede ser porque es difícil de localizar al estar casi completamente sumergido y porque, cuando sale del parque, se convierte en una presa tan apreciada que sirve de banquete en muchas de las aldeas situadas alrededor.
Todavía no hemos visto carnívoros. La decepción se está instalando en nuestro ánimo después de unas horas dando tumbos por los caminos del parque. En los documentales parece mucho más sencillo ver leones cazando, leopardos paseando por las ramas de los árboles, guepardos echando carreras con las gacelas… pero aquí la cosa se complica. El tamaño del parque es enorme y, a pesar de las radios que llevan los coches para avisarse de la posición de las estrellas de la función, no es fácil localizarlos.
Felinos por fin
Bryson para el coche. Señala a la derecha entre la hierba amarilla. Allí está. Nuestro primer felino. Dos leonas que están dado buena cuenta de un ñú. Cuando levantan la cabeza nos muestran sus hocicos manchados de sangre. Hemos perdido la caza, pero la visión del felino colma nuestras expectativas. Es un animal precioso, majestuoso, estamos frente a la reina de la sabana, la verdadera cazadora. A su alrededor, en los árboles, los buitres están esperando su parte. Con sus largos cuellos sin plumas son parte del servicio de limpieza. No son los únicos limpiadores. Un grupo de hienas se mantiene a cierta distancia de la leona. Impacientes pero temerosas.
La emoción por verla queda en nada cuando encontramos una leona dando de mamar a sus dos cachorros y jugando con ellos. Una de esas escenas que muestran la cara más amable de estos animales. Unos gatos grandes que cuidan a sus crías. Unos gatos a los que dan ganas de lanzar una bola de lana para que jueguen con ella.
Todavía se puede subir más. Bryson nos lleva junto con una manada de leones que se dirigen a una balsa de agua a beber y descansar a la sombra de las acacias. Más de media hora rodeados de leones por el camino. La impresión inicial da paso a la inquietud: el techo del todoterreno está levantado y el tamaño de los leones, hembras y jóvenes –todavía no hemos visto a un macho con su melena–, les permitiría sin problemas saltar y meterse dentro… pero la experiencia lo vale.
La radio da sus frutos. Bryson cambia de rumbo y acelera camino de un kopje, una isla de piedra en mitad de la llanura. Allí nos espera un leopardo en un photocall. Todos los coches han oído la llamada y está rodeado. El dinero que hay en cámaras y objetivos es más de lo que han costado los coches. Venir al Serengueti sin un objetivo digno de un paparazzi no parece una buena idea.
No dejamos escapar la ocasión de disfrutar de los atardeceres africanos. Las acacias y los kopje se recortan contra el rojo del cielo mientras las jirafas con sus largos cuellos buscan su comida en las hojas altas y verdes.
Viajar por el Serengueti es vivir un sueño.
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