Llegar a los sitios sin saber casi nada de lo que te vas a encontrar puede deparar sorpresas agradables y desagradables. Nuestros viajes suelen tener como preparación una lectura rápida de la guía del país, a veces ni eso, para descubrir los puntos más importantes que no deberíamos perdernos. Muchas veces esta lectura la hacemos directamente en el avión que nos lleva al destino, durante el rato que nos mantenemos despiertos, que suele ser poco. Es en el país donde cerramos el itinerario.
La improvisación es, desde nuestro tercer viaje, la marca de la casa. Solemos saber dónde vamos a dormir la primera noche y poco más. Es uno de los motivos por los que no nos gustan los viajes organizados, no puedes cambiar el plan si encuentras un lugar que te gusta mucho o uno en el que no te llama la atención ni bajar del autobús.
Países como Japón te sorprenden cuando compruebas que puedes llegar de una parte a otra en poco más de cuatro horas con un Shinkansen. Otros, como India, te vuelven a sorprender cuando descubres que para recorrer una distancia de 20 o 30 kilómetros pueden ser necesarias dos horas de autobús.
Un autobús sin aire acondicionado a finales de junio (cuarenta y cinco grados en la calle) lleno a rebosar, no sólo de gente sino también de mercancías no es el mejor sitio para pasar un día.
Después de nuestra visita a Ranakpur y el descubrimiento de las maravillas que los jainistas eran capaces de hacer en sus templos, estaba claro que teníamos que visitar Monte Abu. No es un destino excesivamente turístico y llegar no iba a ser fácil. Ya tuvimos que obligar a parar al autobús con el jeep del hotel, pero lo peor no iba a ser llegar, sería seguir el viaje.
Nuestro destino de ese día, cuando conseguimos recuperarnos de la belleza de la que habíamos disfrutado era Udaipur. Era nuestro cuarto día en India y esa noche era la primera que habíamos dormido en cama. Cuando preguntamos en la estación de autobuses de Monte Abu nos dijeron que sí que había autobús y directo, sin cambios. Lo malo fue cuando preguntamos a qué hora llegaba. Son 165 km entre una ciudad y la otra, nos sorprendió un poco la hora que nos dijeron.
Las diez horas que tardamos, más de las que nos habían dicho pero ya contábamos con eso, fueron de las más largas de nuestra vida y eso que, como de costumbre, una buena parte del trayecto la hicimos durmiendo. Antes de arrancar ya fue necesario recolocarse. Cada uno se había sentado donde quería, pero uno tenía que sentarse en el asiento que le habían dado al comprar su billete. Todo el autobús tuvo que levantarse y volverse a sentar. A nosotros, asientos uno y dos, nos querían dejar en el suelo unos cestos enormes llenos de cosas de las que estaban antes. No es que nos molestara tener sus cosas, lo que nos molestaba era no poder poner los pies en el suelo… y más durante diez horas. Ya hubo discusión hasta que se llevaron sus cosas, para ponerlas en el pasillo y cortarnos toda posibilidad de escapar de allí.
Nada más salir de Monte Abu camino de la ciudad de Abu Road, la primera parada del autobús, nos quedamos dormidos. Como cuando era pequeño me desperté al parar el motor del autobús. Eso sí, no habíamos llegado a Udaipur. Miramos la hora y vimos que había pasado una y media desde la salida. No sabíamos dónde estábamos, ni cuánto quedaba de viaje. Por la ventanilla se veía lo que se podía tomar como una estación de autobús y al fijarnos en el nombre nos quisimos morir: Estábamos en Abu Road, menos de 30 kilómetros, y llevábamos dos horas en el autobús. No podía ser.
Mediados de junio no es lo que se dice temporada alta en India y los únicos autobuses que se encuentran son viejos y destartalados. Los hay a los que no se les pueden abrir las ventanas y los hay a los que no se les pueden cerrar. No se sabe qué es peor. Necesitamos comprar varias botellas de agua en las muchas paradas que hizo para no acabar deshidratados. Cuando llegamos a Udaipur decidimos que no volveríamos a montar en un autobús en India.
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