En Palma de Mallorca hubo tiempo para hacer turismo, para visitar, para comer (muy bien, por cierto) y para dibujar. El clima acompañaba, no como en Nueva York. Allí ni tan siquiera llevé el bloc de dibujo porque sabía que perder los dedos era lo menos que me podría pasar si me sentaba un par de horas para dibujar algo.
Los 16 grados de la ciudad insular ayudaban mucho más.