Domingo 28/12/2008 (1)
La facturación del vuelo para Newark es casi tan complicada como la de Rusia en su momento. Para poder facturar tienen que confirmar tu identidad con el pasaporte y hacerte después unas preguntas sobre tu equipaje: quién lo ha hecho, cuándo, lo has tenido siempre contigo, llevas algún objeto electrónico (yo los llevo todos, los míos y los del resto del pasaje), en ese caso si los ha manipulado alguien (aunque sea para repararlos) hace poco tiempo. Como no somos familia lo tenemos que hacer por separado. Sara tiene más problemas de los previstos, y no por los visados sirio y jordano, que también tengo yo, sino porque no ha cogido su tarjeta de residente y le piden algo que demuestre que está viviendo en Madrid. Incluso llegan a decirle que si ¡lleva el empadronamiento! Ahora va a haber que llevar el libro de familia para ir de viaje. Suerte que lleva la tarjeta del seguro médico, y después recuerda que yo llevo una fotocopia de su tarjeta de residencia en la cartera. No hay más problemas, aunque está claro que para estos vuelos sí que hay que llegar con un par de horas al aeropuerto. Cuando finalmente facturamos sólo quedan veinte minutos para el embarque, según ellos.
Hoy los astros aéreos están de nuestro lado. Después de las siete horas de retraso en el viaje a Jordania y de la cancelación del vuelo a Italia, que nos lo cambiaron por uno para el día después (además de que la maleta llegó en el vuelo posterior), hoy salimos cuando tenemos que salir. En realidad salimos casi media hora después de la hora del billete. El embarque no ha sido cuando ellos decían, ya nos parecía pronto. Pero el tiempo de vuelo es menor del que pone en el billete, casi ocho horas, el capitán dice por megafonía que serán siete y media, tiene que recuperar.
El avión es bastante más pequeño de lo que esperábamos, un 757. Tiene sólo dos filas de asientos, con tres asientos en cada fila. No va demasiado lleno y el que nos cierra el acceso al pasillo se cambia a la fila de la salida de emergencia nada más despegar. Eso sí, para ser un vuelo intercontinental la comida y la bebida han dejado mucho que desear. Para comer una lasaña, una ensalada y poco más (pan, mantequilla y un bollo). Si se quería bebida alcohólica había que pagarla: 5 $ ó 4 €. Y poco antes de aterrizar nos han dado una especie de bocadillo caliente de jamón y queso, una bolsa de patatas fritas y una chocolatina. Como antes, las bebidas alcohólicas se pagaban a parte. El entretenimiento a bordo también es bastante malo. Hay 19 películas para elegir pero son a cuál más mala. La música no he conseguido entender cómo funciona, porque cuando selecciono un cd suena la primera canción y se para hasta que no se le dice que reproduzca también la segunda. Y los juegos tampoco animan. Total, que habrá que dormir.
Desde el avión, llegando a Newark, hemos podido ver una panorámica excelente de Manhattan, con el Empire State Building, el edificio Chrysler y hasta la estatua de la Libertad.
Como una hora antes del aterrizaje nos han dado los papeles de inmigración. Como europeos sin visado tenemos que rellenar el verde. Pero no es el único, cada familia tiene que rellenar uno blanco en el que pone el dinero que lleva, el valor de la cosas que va a introducir en el país, etc. Entre las cosas que preguntaban en ese segundo papel de inmigración estaba si llevabas comida: carne, grano, etc. Yo llevo en Symbio los tradicionales fuets, paté, chocolate y crackers. No sabía qué marcar y se lo he dicho al de control de pasaportes, que ha puesto una “A” dentro de un círculo en mi papel y eso ha provocado que en el siguiente control (ya con Symbio recogido), lo hayan abierto y hayan tirado el fuet. El resto parece que no les importaba mucho. Pensamos que no se han dado cuenta de que también había paté. Bueno, se han dado cuenta seguro porque lo ha sacado, pero no debía saber qué era o no le ha importado.
Una vez superado el control toca buscar el autobús que nos llevará al albergue. Para cogerlo tenemos que ir en la planta de abajo. Por debajo de la puerta 7, donde está un centro de atención de viajeros. Teníamos hora para las 16:50 pero los trámites han sido más rápidos y llegamos una hora antes. Según el billete no hay problema en coger uno anterior, o posterior si el vuelo se retrasa. Efectivamente no hay problema y a las cuatro estamos camino de Manhattan. La temperatura que en el avión marcaba para el exterior es correcta: 20 grados centígrados. ¿No se suponía que íbamos a pasar un frío terrible?
Vamos por el túnel de Lincon. Durante un momento parecía que iba a ir por el puente de Washington, pero no. Una chica que va en el autobús está preocupada y le dice al conductor que tiene que llegar antes de las cinco porque si no pierde su reserva para dormir. No me extraña que lo vea mal, porque después de llegar nosotros, que llenamos el bus, el conductor tuvo que acompañar a uno de los que ya estaba a por su reserva que se había dejado en el mostrador. Sin reserva no se sale. Encontramos un poco de atasco antes de entrar en el túnel, pero nos lleva a nosotros los primeros. Supongo que al pensar en la ruta para llevarnos a todos le venía mejor empezar por Chelsea.
Nuestro hostal es el Chelsea International Hostel. En el barrio de Chelsea, concretamente en el 251 de la West 20th st, entre la 7th y la 8th avenidas. Son varios edificios blancos de tres plantas con habitaciones comunes y dormitorios privados. La nuestra es una habitación privada, eso sí, con baño compartido, en el número 249. Y siguiendo la tradición de nuestro último viaje, en la última planta. No hay ascensor y las escaleras son poco amigables. La habitación es poco más grande que la cama y tiene el espacio justo para un armario empotrado, más bien un hueco con baldas y sin puerta, y un lavabo. De todas formas hemos conseguido “robar” internet de un donante anónimo y enviar unos correos para decir que hemos llegado sanos y salvos.