Visitar lagunas en el cráter de un volcán extinto, bañarse en aguas termales –en el mar o en mitad de un bosque casi prehistórico–, recorrer pueblos con arquitectura indiana… todo esto es posible en São Miguel, la Ilha Verde, en el archipiélago de Azores. El nuestro era un viaje de descanso, de relajación, pero cuando descubrimos todas las opciones que ofrecía la isla nos dimos cuenta de que un viajero nunca se «relaja» como para dejar de abrir los ojos ante un nuevo lugar.
El «mayor» problema en São Miguel es el desplazamiento. La isla cuenta con varias líneas de autobuses que unen las principales poblaciones pero los tiempos de paso y la duración de los trayectos –parando en una de cada dos calles de todos los pueblos pequeños o grandes– hacía casi imposible poder visitar todo lo que años y años de actividad volcánica habían creado. Por otra parte, las rutas son, en su mayoría, «urbanas»: se utilizan como forma de ir de un pueblo a otro pero no para llegar a miradores, bosques, lagos… –excepto para llegar a la Lagoa das Furnas que, al estar muy cerca del propio Furnas, tiene una parada de autobús–.
Por todo esto nos acercamos a la plaza de Gonçalo Velho, en Ponta Delgada, y negociamos el precio de un taxi para todo el día haciendo el recorrido que teníamos en mente: Sete Cidades, Mosteiros, Ferraria, Ribeira Grande y Lagoa do Fogo. La climatología de la isla recomendaba, según el conductor, hacerlo ese mismo día. Los siguientes habría niebla y los paisajes aparecerían cubiertos, y de paisajes cubiertos ya sabíamos después de Nagarkot.
Desde el mirador do Rei, en Sete Cidades uno se sorprende viendo dos lagunas, «separadas» por el puente de la carretera, perfectamente distinguibles: una es azul y la otra verde. Se trata del cráter de uno de los muchos volcanes del archipiélago –como la Lagoa das Furnas– y sus colores parecen casi irreales. Su belleza lo convierte en punto ineludible para las excursiones, la cantidad de autobuses y turistas que encontramos lo demostraban. A cambio desde el mirador do Cerrado das Freiras pudimos disfrutar del paisaje casi en soledad.
Ferraria es el lugar de las aguas termales saladas. La isla cuenta con aguas termales en Furnas, en el Parque Terra Nostra y en el jardín prehistórico de Caldeira Velha, además de estas saladas. Nuestro taxista nos llevó a unas piscinas que cobraban entrada. Pensábamos que había un punto en el que disfrutar de las aguas sin piscina pero, a pesar de los esfuerzos de nuestro taxista, no pudimos encontrarlo. Conste que al taxista también le debía sonar, porque no puso pegas a tratar de localizarlo.
Unos kilómetros después bordeando la costa norte de la isla, llegamos a uno de esos lugares turísticos –un bonito paseo marítimo– que no acaban de despegar. Si en Sete Cidades estábamos rodeados de autobuses y turistas, aquí no había nadie, sólo unas cuantas lagartijas y algún local que charlaba un rato con el taxista al pasar, mientras nosotros disfrutábamos de las vistas.
Tras dar una vuelta por Ribeira Grande, una vuelta rápida viendo sus calles y casas de estilo colonial/indiano, acabamos en Lagoa do Fogo. En las faldas del volcán extinto en el que está la laguna se encuentra Caldeira Velha. Aquí el baño en las aguas termales es libre y agarramos bañador y toalla. Siguiendo el camino que lleva a las charcas/pozas uno se siente como si se hubiera transportado a la isla Nublar y fuera a aparecer un dinosaurio en cualquier momento. Los modestos helechos a los que estamos acostumbrados no han perdido, en Caldeira Velha, su fuerza y parecen palmeras. ¿En qué clase de agujero del tiempo nos habíamos metido? Por si fuera poco, como en todos nuestros paseos, estábamos solos.
El agua hervía en algunas pequeñas charcas, levantado nubes de vapor que se juntaban con la niebla que, a esas alturas, ya empezaba a reclamar un protagonismo que alcanzaría al día siguiente. Al final del camino, una especie de alberca y unas casetas para cambiarse. Antes de quitarnos nada de ropa nos acercamos a tocar y, tristemente, comprobamos que no estaba lo bastante caliente –de acuerdo, primeros de diciembre en mitad del Atlántico no suena a tropical…–.
Todavía tuvimos tiempo de regresar a Ponta Delgada antes de la puesta de Sol. Cuando el transporte va a donde quieres sin paradas intermedias los días se aprovechan mucho más.