Sábado 26/02/2011 (y 2)
En la puerta no hay nadie esperándonos, ni con un cartel ni sin él, para llevarnos al hostal. La balanza se inclina a que es estúpido contratar que vayan a buscarte. Por ahora gana el que te dejen tirado. Después de otros quince minutos esperando por si llegan, decidimos que habrá que buscarse la vida y salir a la calle a por un taxi. Tampoco vemos que haya cabinas aquí dentro para llamar. Incluso nos planteamos pasar de la reserva e ir al otro hostal ya que éste nos ha dejado tirados en el aeropuerto.
Nada más pasar la valla que separa unas obras del aeropuerto, nos encontramos con un tipo que tiene el cartel con nuestros nombres. La verdad es que podías haber entrado a buscarnos que nos estábamos acordando de tu familia y llevamos un rato haciendo el idiota viendo como toda la calle está llena de nieve y de hielo. Sí, desde que aterrizamos hasta que se paró el avión la temperatura que ponía en la pantalla interior bajó de 0º a -3º… y no parece que vaya a dejar de bajar. Tampoco tiene él toda la culpa, en las vallas están colocados varios policías que no dejan pasar a la gente sin billete, o sin pagar, porque hemos visto a un par de conductores con cartel dentro. Lo que sí podía habernos dicho es que nos esperaría fuera…
Al pedirle que nos lleve a un sitio a cambiar nos dice que en el hotel (qué generoso, un hotel es otra cosa) hay gente que habla inglés y que no habrá problema con la moneda. Está claro que el señor «mercado negro» no es tan fácil de localizar. Resulta que el que ha venido a buscarnos es el dueño, el mismo Mirzo que viste y calza. El que conduce debe ser uno que ha encontrado por la calle al que le da un dinero por llevarnos hasta el hostal.
El sitio está mejor de lo que esperábamos, de hecho en la guía ponía que sólo había un baño para todos y hay uno en la habitación. Mirzo está muy orgulloso de la reforma que está haciendo, le está quedando bien, habrá que escribir a los de la Lonely Planet (sí, otra vez Lonely Planet a pesar de lo que hemos renegado de ella, pero es que no hay más guías de Uzbekistán) para decirles que cambien eso.
Una vez aquí y antes de entrar en la habitación, porque hay que descalzarse, le decimos que tenemos que ir a la agencia a pagar el campamento de yurtas de mañana. Como últimamente en nuestros viajes tenemos la primera noche y la «original». En este caso esa «original» será la segunda: en un campamento de tiendas nómadas. Las que usaban los pueblos nómadas de las zona, incluidos los mogoles, en pleno desierto, en Ayaz Kala.
Conoce al tipo de la agencia y se ofrece a llamar para aclarar los detalles, porque el mapa de la guía es poco claro y no es tan fácil llegar. Nuestra idea inicial era coger el metro hasta allí, pero aquí ya es noche cerrada y no se gastan mucho en farolas, así que mejor un taxi. Mirzo se ofrece a ir con nosotros. Esto es, parar otro coche cualquiera por la calle y darle dinero porque nos lleve a donde quiere. Lo que sí nos deja claro es que ese dinero lo ponemos nosotros. Como no tenemos soms, su moneda, nos dice que lo pone él y que luego cambiamos, su hijo mirará el cambio oficial y podremos cambiar a la vuelta.
La agencia de viajes parece una oficina de incógnito. En la vida la habríamos encontrado callejeando desde el metro. No hay un miserable cartel que diga que es una agencia de viajes y ni el mismo conductor sabía cómo llegar, se lo han tenido que explicar por teléfono. No es que Mirzo tenga mucha publicidad de su «hotel» tampoco, que no hay ni un triste cartel, debe ser que tener trato con los turistas está mal visto.
Todo hecho, nos hemos despedido de los 90 euros. Volvemos a la casa y nos juntamos con la familia en su cocina. Nuestra idea era aprovechar para pagar y quedar en la hora de mañana (que tenemos el vuelo a las siete de la mañana) antes de quitarnos los zapatos para entrar en la habitación. Nuestro gozo en un pozo, para entrar en su cocina también nos tenemos que quitar los Quechuos.
Una agradable conversación, regada con un insípido té (¿no tienen azúcar aquí?) y unas pastas que saben a la caja en la que venían y a nada más, sobre Ruy González de Clavijo y su «Embajada a Tamorlán» (el libro en el que cuenta su viaje), le dan pie a decir que es historiador y que en 1963 formó parte de la replica de la expedición de Clavijo y que encontraron la tumba proyectada por el propio Tamerlán, que no llegó a utilizar porque sus descendientes le enterraron en Samarcanda (Samarqand o Самарканд en uzbeco y ruso respectivamente). Nos enseña las fotos al lado de la calavera de su hijo, del hijo de Tamerlán claro, aunque no estamos muy seguros de que sea el hijo. Y otras muchas de su familia, de la casa en la que estamos y de él mismo. Por cierto, que Mirzo significa maestro, no es necesariamente su nombre puesto que es profesor en la universidad.
Es profesor en la universidad y se le nota. Nos cuenta, bueno, se lo cuenta a su hijo que nos lo traduce, que antes los cinco países acabados en -istán de la zona: Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguizistán y Tayikistán, junto con el norte de China y parte de Afganistán eran una única república: Turkistán. Istán significa «república», así que era la república Turk. Es más, que los turcos de la actual Turquía provienen de esta gente. Luego llegaron los soviéticos, dividieron todo y así se han quedado. Cada país habla su propio dialecto del idioma común antiguo. Con no demasiado esfuerzo se entienden todos. Además siempre está el ruso, por supuesto.
Escribimos un correo a casa. Su internet es nuestra internet mientras estemos en su casa. Nos apunta el teléfono de su hijo por si tenemos algún problema durante el viaje y otro del «hotel» de su hermana en Samarcanda. Nos da el papel del registro y nos explica que es fundamental. Como nuestro visado es de turista tenemos que dormir todas las noches en un hotel (o en esto, que tampoco hay que ser tan generosos). El caso es que cuando salgamos del país la policía nos pedirá los resguardos de cada una de las noches y si no tenemos alguno tendremos problemas. En realidad no creo que nada que no se arregle con unos euros, pero tampoco hace falta tentar a la suerte.
Tenemos que pagarle lo que se ha gastado en llevarnos y traernos de la agencia de viajes. El hijo quedó encargado de mirar el cambio oficial. A la vuelta nos lo diría. Muy orgulloso nos muestra la página del banco nacional uzbeco en el que se puede ver el cambio a y desde euro, dólar estadounidense, yen, libra, etc. El oficial es de 2.250 som por euro, más o menos. Mirzo ha dicho que ha gastado 10.000 som. Nos había dicho que íbamos a gastar menos de cuatro dólares y al final van a ser casi cinco euros. Eso sí, no pensamos cambiar con esta tarifa ni un euro más.
El hijo insiste en que nos pueden cambiar lo que queramos. Nos hacen el cambio oficial sin comisión. Lo hemos leído en la guía y nos lo han dicho en el avión: el señor «mercado negro» da por lo menos un 30% más, así que esperaremos. El hijo vuelve a la carga diciendo que al día siguiente será domingo y que los bancos estarán cerrados, que no podremos cambiar.
Su insistencia nos deja claro que ellos también conocen a algún señor «mercado negro» y que quieren quedarse con nuestros euros para hacer un buen negocio después. No somos tontos y nuestros euros se quedan con nosotros.
Quedamos en salir mañana a las cinco para el aeropuerto. Sin desayunar, que es mejor dormir un poco más, y nos vamos a la habitación. Además, si el desayuno es como la merienda… casi mejor beber agua del grifo y comer el cartón de la caja de pastas.
Lavado de dientes en la ducha, porque el baño está muy bien y es muy nuevo, pero sólo hay taza y plato de ducha, sin lavabo. Preparar la ropa para mañana: las camisetas térmicas, las mallas y los calcetines gordos. En el campamento de yurtas no esperamos que haya más de quince bajo cero…
Diario y a dormir.