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Mustang, más kilómetro vertical

Lunes, 29/03/2010 ( y 3)

Después de un arranque duro de subida quedaba la peor parte.

Tras otra cuesta horrible aparece a lo lejos un pueblo con un templo un poco más arriba. Le pregunto a Keisi si es Muktinath y creo entenderle que dice que sí. Entre que mi inglés no es perfecto y que el suyo lo es menos, me convenzo de que sí que es el destino final y se lo comento a Sara. Está lejos, pero ya lo tenemos a la vista. Como está bastante lejos y ya llevamos muchas cuestas le cambio a Okihita por su mochila a Keisi. La suya no pesa nada, menos que la mía de la cámara, que me quedo.

Nepal Mustang Km Vertical

Cuando llegamos al pueblo en cuestión vemos un cartel que nos da la bienvenida a Jharkot, cualquier cosa menos Muktinath. Sara se viene abajo y le pregunta a Keisi si ya hemos llegado. Nos dice que no, que es el siguiente pueblo, unos 25 minutos. Lo cierto es que unos 25 minutos es lo que nos falta para lo que nos dijo en el restaurante que íbamos a tardar en llegar. Es bueno… aunque nos haya liado con el pueblo y ahora estemos de bajón.

Será el siguiente pueblo, pero todo lo que queda para llegar allí es cuesta arriba como la primera, de las de subir haciendo eses. Sara está más frustrada que cansada, pero eso le lleva a casi no poder. Se había hecho a la idea de que el destino era el pueblo anterior y ya no le quedan fuerzas. Keisi lo entiende, nos dice que estamos haciendo las etapas de dos días en uno y nos dice que vamos a ir muy despacio. Es más, deja que Sara vaya la primera para que marque su ritmo. Un buen tipo este Keisi… aunque lo del pueblo anterior no lo olvidamos.

Tras mucho sufrimiento y una cuesta de órdago llegamos. Aquí el cartel de bienvenida tiene el nombre adecuado. De todas formas no le acabamos de coger el sentido a esto del trekking. Si andas para llegar a un sitio al que no se puede llegar de otra manera (estilo Camino del Inca que encuentras restos arqueológicos y llegas a Machu Picchu por la Puerta del Sol), pues vale. Pero es que todo este tiempo hemos estado viendo pasar jeeps arriba y abajo que nos habrían hecho el mismo servicio sin estar ahora reventados. Nos falta espíritu caminante, está claro.

Poco después de entrar en el pueblo llegamos a la plaza en la que se encuentran todos los jeeps. Keisi nos dijo que hacía falta hacer una reserva para bajar a Marpha. Le preguntamos si la tiene que hacer mañana o puede ser ya. Se acerca al mostrador para informarse. Nos cuenta que no hay jeeps directos a Marpha desde aquí, todos acaban en Jomsom (no es problema, ya pagaremos otro) y que hasta mañana no se pueden reservar. Su plan es visitar por la mañana el templo y el monasterio y después desayunar y bajar. El problema es que sólo se pueden reservar con una hora y media de antelación, lo que hace que tengamos que visitar las cosas muy rápido si se reserva antes. Así que quedamos en que haremos la visita y luego reservaremos.

La primera opción de Keisi para nuestro alojamiento, debe ser a donde van normalmente los grupos de nuestra agencia, está completa. Mala noticia. A nosotros nos da igual. Hemos alcanzado el zen más absoluto después de llegar hasta aquí y estamos seguros de que ya encontrará algo. Lo hace. Nos llama para que vayamos al hotel (esto sí que es un verdadero eufemismo, el mayor de todos) que está más abajo. Tienen una habitación casi libre. El que está parece que se va a ir porque no le gusta… Al bajar el que estaba arriba me pregunta si soy de Madrid, ha reconocido la camiseta de la San Silvestre. Nos dice que su consejo es que no nos quedemos porque está muy sucia. Al decirle que el de al lado está lleno nos cuenta que ha conseguido una habitación en el primer hotel del pueblo. Ése sí que parece que se puede llamar hotel. Eso sí, es más cara y dice que tiene una sala con mesa de billar y bar debajo, que será más ruidosa.

Es cierto que el sitio deja mucho que desear, incluso para nosotros. Pero pensamos que hemos estado en sitios peores. Preguntamos por donde está el baño, nos dijeron que era compartido en estos sitios, y nos dicen que dentro de la habitación. Eso es un punto a su favor hasta que abrimos la puerta del baño. Puede que lo de que hemos estado en sitios peores que éste haya sido hablar demasiado pronto. En cualquier caso lo de andar arriba y abajo después del palizón buscando un hotel no entra en nuestros planes. Sólo nos hace falta una cama y aquí hay dos: una grande y una simple. Le preguntamos a Keisi si podrá encontrar donde dormir y le decimos que si tiene algún problema tenemos una cama libre. Nos dice que no nos preocupemos por él que ya encontrará algo.

Para cenar quedamos en bajar a las seis y media, ordenar la cena (a él, que ya ejerció de camarero en el otro restaurante) y que para las siete la tendremos. Nos han traído una sábana, sólo estaba la de abajo (y vete a saber desde cuándo estaba) y una manta. Tampoco nos preocupa mucho el tiempo que lleve la sábana porque lo único que nos vamos a quitar antes de entrar en la cama son las botas… y porque están llenas de polvo.

Nos tumbamos a esperar que llegue la hora y nos dormimos, por suerte (y porque sabía que pasaría) puse el despertador. Lo de una sola manta no va a ser opción. Estamos en el tejado del “hotel” y aquí hace mucho frío. Lo primero que le vamos a pedir a Keisi es un primer plato de mantas con guarnición de más mantas, por lo menos dos o tres.

La carta es la estándar, parece que el ministerio de turismo más que aprobar las cartas de los restaurantes ha escrito una y todos la han hecho suya. Para cenar pedimos sopa de judías (que no quedaba y cambió por una de tomate) y filete de yak Sara. Primero preguntó si podía pedir el filete, es de lo más caro de la carta. Keisi fue a la cocina para ver si tenían y dijo que sí, así que probaremos el bicho en cuestión, otro más para la colección junto con el cuy, la alpaca, el avestruz y el cocodrilo. Yo sopa de champiñones y tortilla de queso. Será un poco después de las siete porque ahora mismo están ocupadas, pero conseguimos que nos traigan el agua.

Las sopas están bastante buenas. Después me trae la tortilla, con mucho queso, y una del hotel le trae a Sara su filete en una cazuela en la que se sigue cocinando, acompañado de verduras cocidas y patatas fritos. Tiene una pinta estupenda. Primero nos dividimos la tortilla, el filete está echando humo.

Al dividirlo nos damos cuenta de que es una hamburguesa en lugar de un filete. La altura y el tamaño de la hamburguesa está en consonancia con la altura y el tamaño del bicho. Cuando le damos descubrimos que tiene algo parecido (o lo mismo es eso) al wasabi japonés. Sube por la nariz casi como el chile, aunque luego desaparece rápido cosa que el chile no hace. El problema es que no es la salsa, está mezclado con la carne y sólo sabe a eso. Hay trozos con menos cantidad que son más comestibles, pero tampoco es que el sabor sea gran cosa. Al final se queda en el plato más de la mitad.

Keisi viene a recogernos los platos y nos dice que está luchando por una manta. Le decimos que luche al menos por dos porque allí arriba hace mucho frío. Él va a dormir en un hueco bajo las escaleras. Le digo que seguro que hace más calor y que estamos dispuestos a cambiárselo. Nos dice que irá a la habitación con las mantas que pueda conseguir.

Mientras estamos arriba lavándonos los dientes llaman a la puerta. Es Keisi que nos trae tres mantas. Nos pide perdón porque dice que son de colores distintos, un crack. Luego nos dice que mañana saldremos de aquí a las seis para visitar el templo que está arriba (cuando llegamos nos pareció muy lejos, pero también puede ser por la paliza que llevábamos encima) y el monasterio que está abajo. Según él serán unas dos horas. Así podremos volver a las ocho a desayunar y luego a lo del jeep. Nos desea buenas noches y se va. Se está ganando una buena propina. Todo lo que dijimos malo de él ayer a Prachanda está desapareciendo. El tío conoce muy bien su trabajo y aunque parece que va perdido la mitad de las veces es que es así, pero sabe lo que hace. Además su inglés ha mejorado de un día para otro…

Nada más que hacer a las ocho de la tarde que escribir el diario y meterse en la cama, otra vez sin las botas pero con todo lo demás. Lo de ducharse ya estaba descartado de entrada porque pensábamos que no habría ocasión, pero viendo la ducha (que el baño también tiene ducha) y el resto del baño menos aún. Antes morir que ducharse aquí.

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