Si sólo tienes un día para visitar los alrededores de Bucarest y quieres aprovecharlo al máximo, merece la pena hacer un tour por Transilvania que incluya los castillos de Bran –el famoso “castillo de Drácula”– y de Peleş, y la ciudad medieval de Brașov. Eso sí, nada de slow tourism: ¡12 horas de tour con bastante coche y no mucho tiempo en cada sitio!
El castillo de Peleş
Nuestra visita empezó por el que prometía ser el plato fuerte del día: el castillo de Peleş. A los pies de los montes Bucegi, en un bonito pueblo llamado Sinaia, el rey alemán Carlos I de Rumanía decidió construir, en la segunda mitad del siglo XIX, su residencia de verano, considerado hoy uno de los castillos más bonitos de Europa. Con esa descripción ya prometía, ¿no? Pues si a eso le añadimos que de una primaveral Bucarest, en un viaje de menos de 130 km, llegamos a una Sinaia cubierta de nieve, ¡el espectáculo estaba garantizado! Sí, está claro que los reyes iban a la residencia de verano para encontrar el fresquito…
Si el castillo de Peleş con sus torres, sus frescos, su arquitectura tan germana tan lejos de Alemania y las imponentes estatuas de sus jardines ya debe ser fascinante a diario, con una buena capa de nieve fresca os aseguro que admirarlo llegaba casi emocionar.
Y además está el interior. Entrando es cuando entiendes que aquí castillo significa palacio. Uno de esos palacios en los que la sobriedad no se lleva. Sus 160 habitaciones –¡sí, 160!– están repletas de obras de arte de gran valor incluyendo frescos de Klimt, arañas de cristal de Murano, paredes recubiertas con cuero traído de Córdoba o bordados de seda, vidrieras con cristal alemán, muebles de teca de la India y ¡hay hasta una puerta secreta y tres ascensores! Está claro que el objetivo del rey era impresionar y sigue consiguiéndolo años después de su muerte.
Hay unas cuantos datos curiosos sobre este castillo. Uno de ellos es que el rey tenía una fijación con las maderas y con las armas así que en la construcción y decoración del castillo se han utilizado unos 40 tipos de madera diferentes y en las armerías hay unas 4.000 piezas europeas y orientales de los siglos XV al XIX. Otra es que el castillo de Peleş fue el primer castillo europeo iluminado y calentado íntegramente con corriente eléctrica, una corriente producida en una pequeña central propia. Las chimeneas que hay en el castillo son todas falsas, ya que no se quería correr el peligro de estropear las maderas con el humo: había un sistema de calefacción central que controlaba todos los radiadores. Otra de las muchas curiosidades sobre el castillo es que fue en su sala del Teatro donde se proyectó la primera película en Rumanía en 1906. Mucha historia para un solo edificio, ¿no?
El castillo de Bran: el “castillo de Drácula”
Un viaje de unos 50 km y más de una hora entre finos copos de nieve nos llevó a la siguiente parada y la que puede que sea la atracción turística estrella de Rumanía: el castillo de Bran, mejor conocido como «castillo de Drácula». Sí, Bram Stoker nunca estuvo en Transilvania y Vlad Tepes, el personaje en el que está inspirado el celebérrimo vampiro, nunca vivió aquí – aunque puede que el príncipe hiciera una parada en el castillo, escapando de los turcos, quedándose unos pocos días en el siglo XV– pero éste es el castillo de Drácula. ¿Por qué? Pues porque parece que el escritor irlandés se inspiró en alguna imágen de este castillo para recrear la mítica morada del vampiro, aunque luego la situó en el paso del Borgo, en el norte del país casi en la frontera con Ucrania.
Desde luego su posición, en la cima de una colina y con las montañas Pietra Craiuli y Bucegi como telón de fondo, y su estructura, con sus torres y torreones de castillo de madrasta de cuento de hadas, son evocadoras y dignas de las mejores historias de vampiros.
El castillo se construyó en el siglo XIV por los sajones de Brașov como defensa ante los ataques turcos, sobre una fortaleza de los caballeros teutónicos del siglo XIII. Así que… sí: éste es un castillo-fortaleza de verdad, ¡nada de la pompa del castillo de Peleş! Aún así a principios del siglo XX fue residencia real y aún se conserva la habitación de la reina María de Rumanía casi intacta. El resto se ha restaurado y re-decorado con muebles de época pero no originales del sitio. Aún así merece una visita, con sus escaleras estrechas y sinuosas y sus pasajes que conectan las casi sesenta salas. Aunque impresiona más desde fuera y por las vistas a los paisajes de los alrededores. Además, claro está, ¡también gana con nieve!
Aunque poco tiene que ver con Drácula, los apasionados de la novela siguen llegando aquí y las tazas, camisetas y demás souvenirs con caninos incipientes y sangre por doquier lo recuerdan a todo el que pase. Hasta los números en los paneles de las casas de cambio chorrean sangre… ¡Un pequeño Hollywood que no podía faltar en el hogar del vampiro estrella!
La ciudad medieval de Brașov
30 km y unos tres cuartos de hora después, llegamos a la última etapa del día: la ciudad medieval de Brașov, otra de las atracciones más visitadas de Rumanía. ¿Cómo no? Lo tiene todo. Está relativamente cerca de Bucarest, a unos 170 km, en una posición estupenda, rodeada por los Cárpatos –incluso con una estación de esquí–, y rezuma historia por todas partes con sus edificios góticos, renacentistas y barrocos, ¡incluso la que dicen ser la calle más estrecha del mundo, la Strada Sforii!
Se fundó por los caballeros teutónicos en el siglo XIII sobre un asentamiento de los Dacios y, más tarde, los Sajones construyeron sus murallas: fue una de las siete ciudadelas amuralladas de Transilvania. Y probablemente la más rica gracias a su posición estratégicas en las rutas que del Imperio Otomano llevaban a Europa occidental.
Las atracciones principales son la plaza del ayuntamiento, Piata Sfatului, con sus coloridos edificios góticos, y la famosa Iglesia Negra, Biserica Neagra, llamada así porque sus paredes exteriores tomaron este color desde que el humo del gran incendio de 1689 las dañó. Es la catedral gótica más grande de Rumanía y la más grande en general al este de Viena: sí, es una clasificación rara, pero eso nos contaron…
Todo esto suena muy bien pero a mí Brașov no me impresionó mucho, me pareción un sitio sin alma, no sabría decir bien el porqué. Puede que por la falta de tiempo, por el cansancio después de un día de tour o por el cielo gris y la falta de nieve, después de un día que nos había regalado unas preciosas estampas blancas, o simplemente porque, en realidad, tenga poco más que su plaza y su iglesia.
El tour ha sido un buen aperitivo para conocer estos sitios pero espero volver con calma. ¡Hasta pronto Rumanía!