Cuando, después de muchos meses de #LatTrip, nos planteamos comprar nuestro primer billete de avión, nos encontramos con una extraña sensación: todas esas horas de autobús para hacer el viaje siempre por carretera acabarían de un plumazo… pero el destino en el que estábamos pensando se merecía cualquier «sacrificio» –además, no hay muchas opciones para visitarlo si no es volando–. Llegar a la isla habitada con el título de más remota –aunque no lo sea, en realidad es Tristán de Acuña– bien merece comprar un billete de avión. Desde que salimos de casa en Madrid, ya teníamos en mente este lugar tan especial, aunque lo que encontramos nos sorprendió más incluso de lo que esperábamos. Nos fuimos a la Isla de Pascua, Rapa Nui, y cumplimos otro de nuestros grandes sueños viajeros.
Nos encantó, nos apasionó, nos sorprendió… tanto que no cabe en un artículo. Antes o después de leerlos todos, echa un vistazo a nuestra guía práctica y consejos para viajar a Isla de Pascua.
Paseando por Rapa Nui
Teníamos un montón de preguntas en nuestra cabeza sobre los moais y sus creadores. Sin saber por qué, pensábamos que se sabía muy poco de esa cultura, menos de las motivaciones para construir las estatuas y nada de su historia. Suponemos que el aura de misterio –y la posibilidad de que los extraterrestres tuvieran algo que ver– le da un encanto y que, en algunos casos, se ha optado por ese medio para promocionar la isla como destino. Pero no es así como lo entienden en Mahinatur ni su fantástica guía Natalia. Desde el primer momento, nos explicó que la cultura Rapa Nui sigue muy viva en la isla y que, a pesar de que no se hayan podido leer los posibles restos de escritura, la tradición oral explica y responde casi todas las preguntas. Natalia nos fue explicando todo frente a los muchos lugares increíbles de la isla. Desde la llegada de Hotu Matu’a, el rey polinesio que se convirtió en ariki –jefe– de Rapa Nui, a la playa de Anakena, tras el sueño premonitorio de su sacerdote, hasta el motivo por el que los moais acabaron en el suelo siglos más tarde.
¿Quién iba a pensar que nos iba a gustar más la historia real que las preguntas sin respuesta? De todas formas, la tradición oral sigue dejando algunas cosas en el aire… Aunque hay que decir que no es culpa de la propia tradición oral, que es muy rica, sino de los «civilizados» navegantes que a mediados del siglo XIX decidieron que la isla era el lugar perfecto para «reclutar» nuevos esclavos y casi acabaron con la clase sacerdotal que era la encargada, no sólo de mantener la tradición oral, sino que también de leer la escritura rongo rongo.
Moais en Isla de Pascua
Caminar por la cantera de moais del volcán Rano Raraku y verse rodeado por casi cuatrocientas de esas inquietantes estatuas –sí, ya sabíamos parte de su historia, pero sigue siendo inquietante que no tengan piernas, ¿no?– es cumplir un sueño. Eso debía ser lo que pensaban los talladores que, gracias a su arte, vivían fabricando y mejorando el proceso, hasta acabaron por incluir cabello. Una costumbre que comenzó con «pequeñas» estatuas de un metro de altura y que acabó con un monstruo de más de 21 metros y unas 190 toneladas que nunca salió de la cantera, El Gigante. ¿Os imagináis mover una mole de ese tamaño por una isla volcánica llena de quebradas? La tradición oral dice que los moais caminaban… y puede que lo hicieran al moverlos de pie de un lado a otro. Además, una ley les prohibía volver a levantar del suelo a un moai caído, lo que explica que haya unas cien desperdigadas por el suelo de la isla. Por cierto, sí que hay un moai con piernas, de hecho sólo uno que tampoco llegó a salir nunca de la cantera.
Pero la cantera es sólo la trastienda, el lugar en el que la magia cobraba vida, los verdaderos escenarios son los ahu: las plataformas en las que se colocaban estos gigantes de toba –roca volcánica–. Uno de los más espectaculares de Rapa Nui es Ahu Tongariki. La postal de los moais por excelencia, quince de esas fabulosas estatuas reconstruidas a finales del siglo XX después de que un tsunami las arrastrara más de 500 metros tierra adentro –y pesan unas 80 toneladas cada una–.
¿Cuál era la función de los moais?
Las moais representaban a rapanuis concretos, pero no todos los rapanuis eran merecedores de una estatua personal. Los sabios, los poderosos, los importantes –y no sólo por su categoría sino por su capacidad de ayudar a su comunidad– se consideraban poseedores de una fuerza especial, el mana, que no debía perderse con su muerte. Sus estatuas contenían ese mana y lo mantenía en la tribu, ayudando y protegiendo a sus parientes. Por eso se colocaban mirando a su gente, de hecho eran los Aringa Ora o Te Tupuna o rostro viviente del ancestro, y era a través de sus ojos de coral como se lo transmitían. De ahí que estuvieran siempre de espaldas al mar, no se trataba de desperdiciar esa energía. ¿Siempre? No, hay un ahu que, orientado astronómicamente, tiene sus moais mirando al mar: Ahu Akivi.
Y ¿por qué dejaron de tallarse moais?
De nuevo, el misterio dejaba paso a una respuesta todavía más sorprendente. Durante siglos, los rapanui fueron acabando con los árboles de la isla hasta que no quedó ninguno con el que construir un barco que les comunicara con sus parientes de Polinesia. Junto con los árboles, acabaron con gran parte de los alimentos y, sin barcos, tampoco podían alejarse de las costas para pescar… En estas circunstancias ¿qué familia podía permitirse mantener a los talladores cuando ni ellos mismos tenían los recursos para alimentarse? Por eso siguen esperando todos esos moais en Rano Raruko a que alguien los lleve hasta sus ahu.
Pero el proceso no paró ahí. La falta de alimentos provocó el descontento de la población que veía que sus reyes y antiguas creencias ya no servían, como habíamos visto en las culturas peruanas –mochicas y lambayeques–. La población se rebeló y, no sólo dejaron de tallarse los moais, se creó un nuevo culto totalmente diferente: el HombrePájaro… pero esa es otra historia.
Descansar en la Isla de Pascua: Hotel Hangaroa
Puestos a cumplir el sueño de viajar a la Isla de Pascua, qué mejor que hacerlo a lo grande. De entre las 2.500 plazas hoteleras con las que cuenta Rapa Nui, no cabe duda de que las más lujosas son las que ofrece el Hotel Hangaroa, Eco Village & Spa. Servicio, calidad y atención propias de un hotel de cinco estrellas. Al día siguiente a nuestra llegada descubrimos por qué nos parecía tan «conocido», su diseño se basa en la ciudad ceremonial de ‘O Rongo y, como aquella, se integra por completo en el paisaje de la isla. Eso sí, mucho más cerca de la ciudad del mismo nombre –la única de toda la isla, en la que viven los 5.600 habitantes–. Desde la luz natural que ilumina habitaciones, lobby, restaurantes… hasta el césped en la azotea de las habitaciones demuestra el cuidado puesto en la construcción y el diseño. Pero no se quedan ahí, el reciclaje de residuos y el respeto por el medio ambiente son normas entre los 85 empleados del hotel. Aquí puedes ver precios y disponibilidad.
El hecho de que, a pesar de estar en la Isla de Pascua, casi nos diera pena salir del hotel para ir a visitar los moais y ver los fabulosos paisajes de la isla, deja claro que se trata de un lugar especial. Al borde de uno de los muchos acantilados de la isla –sólo hay dos playas, la de la familia real en Anakena y la de la ciudad de Hangaroa, más pequeña–, poder disfrutar del cocktail de la tarde con la imagen de la puesta de Sol sobre el océano Pacífico es sólo otro de sus muchos atractivos… !y pensar que no pudimos disfrutar de su piscina! El tiempo no ayudó y la lluvia y las nubes no se llevan bien con el bañador y la crema solar.
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