La tranquilidad, el sosiego, la naturaleza, la buena mesa… todas esto es lo que uno busca en una casa rural. Sentirse como en casa, hablar con la gente del lugar, pasear… En una palabra: desconectar. Eso es lo que buscábamos nosotros este fin de semana en A Coruña y encontramos con creces.
La Costa da Morte es uno de esos lugares con un nombre mítico. A pesar de que todo el mundo asocia el nombre a la gran cantidad de naufragios habidos en aquellas aguas –aguas bravas, duras, con costas plagadas de rocas–, Alberto, nuestro fantástico anfitrión en el Hotel Rústico Lugar Do Cotariño en Camariñas, nos explicó otro posible origen histórico. Al igual que un poco más al sur de Camariñas se encuentra Fisterra, el finis terrae, el fin de la tierra para los romanos, esta costa era llamada la costa de la muerte, pero de la muerte del Sol. Más al oeste no había nada. Los dos orígenes son igual de válidos y puede que, escarbando más, incluso se encuentren otros.
No puede haber mejor sitio para disfrutar del mar en todas sus facetas: la ría de Camariñas, tranquila –aunque con carácter– y el océano Atlántico, bravo y peligroso. Playas y acantilados. Arena y vegetación. Y no puede haber mejores anfitriones que Alberto padre y Alberto hijo junto con Mari Carmen con su buen hacer en la cocina.
El Lugar Do Cotariño es una aldea formada por tres casas cerca del pueblo de Camariñas. Casas restauradas con esmero y poniendo todo el cuidado en los detalles. Estamos hablando del sueño de un madrileño enamorado de Galicia que decidió que aquí estaría su casa. Y eso se nota en cada rincón del hotel desde la decoración hasta las llaves de la luz.
Su inmejorable situación nos permitió recorrer el litoral caminando. Estábamos preparados para la lluvia –que en Galicia, en este extraño mes de mayo, sabíamos que haría acto de presencia– pero no para los colores del océano. Conforme las nubes pasaban, el cielo también se unió a la fiesta, el agua cambia su color desde el turquesa más claro hasta un azul poco amistoso. Y qué decir de las flores, amarillas, rojas, azules, moradas… y todo el verde que sólo el norte puede ofrecer.
Disfrutamos de la ría desde el interior, Alberto nos llevó a dar una vuelta con su barco. El mar picado, el viento del oeste hace que el tiempo sea inestable, no nos permitió llegar hasta el faro Vilán. Ése que no consiguió iluminar la catástrofe del HMS Serpent el 10 de noviembre de 1890. Sólo tres de sus tripulantes se salvaron al ser arrastrados por el mar a la playa de trece, los otros 172 no tuvieron tanta suerte. Por la mañana, caminando, habíamos llegado hasta el conocido como Cementerio de los ingleses donde se enterraron sus cuerpos según eran devueltos por el mar. Uno de los naufragios más conocidos y con más bajas de la zona. Tras este naufragio el faro Vilán fue remodelado, en 1896, y se convirtió en el primero de España con luz eléctrica, cuando la luz todavía no había llegado a la zona, gracias a unos motores.
Antes de eso, las familias de los pescadores subían a la ermita de la Virgen del Monte, situada en el monte Farelo –60 metros sobre el nivel del mar– junto a la costa. Allí tañían sus campanas en días de niebla para que los marineros se pudieran orientar y rezaban a la Virgen por la llegada de los suyos sanos y salvos.