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Ayaz Kala

Domingo 27/02/2011 (y 3)

El castillo de Ayaz Kala son tres castillos en uno.

El más alto, Ayaz Kala 1, del que se conservan las paredes sin más. Se trata de un refugio fortificado construido probablemente en siglo IV a. C. Formaba parte de una cadena de fortalezas de defensa frente a los ataques nómadas. Se extiende sobre una superficie de 180m x 150m y cuenta con un muro doble de hasta diez metros de altura. Durante el siglo III a. C. se añadieron 45 torres de vigilancia. La entrada a la fortaleza se hacía a través de un laberinto vigilado desde el piso superior.

El intermedio es el segundo y tiene algún dibujo en las paredes. Construido entre el siglo VI y el VIII como pequeño fuerte feudal con ladrillos de adobe rectangulares sobre una base de arcilla. En su parte inferior contaba con un palacio construido en el siglo IV, lo que hace pensar en la existencia de un edificio defensivo anterior a Ayaz Kala 2.

El tercero, un kilómetro al sur de Ayaz Kala 1. De nuevo una guarnición fortificada, esta vez con forma de paralelogramo. Con una superficie de 260m x 190m es un 66% más grande que Ayaz Kala 1.

Subimos Ayaz Kala 2 y encontramos una piedra al sol resguardada del viento. Aquí se está bien, aunque gracias a toda la ropa que llevamos. Desde Ayaz Kala 1 se ve el 2 casi por completo, lo que pasa es que con la nieve y el hielo es muy complicado llegar arriba, por lo que frenamos antes.

Al llegar aquí pasamos por el «baño». Las tuberías de la casa están congeladas y ni hay calefacción ni hay baño. Toda la estepa es el retrete.

Detrás del campamento hay un lago y vamos hacia allí. El sol se está poniendo y el frío cada vez es más intenso. El cielo está tan limpio que parece que el lago está más cerca, pero está a una buena tirada, unos 2km.

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Congelados volvemos a la casa. Le pedimos a la señora que nos encienda el fuego. Al señor lo vimos al llegar y no ha vuelto a aparecer en ningún momento. Lo malo de la «sala» con chimenea es que también hay que quitarse las botas para entrar y se nos van a caer los dedos de los pies. Con la chimenea encendida la cosa mejora un poco pero no mucho. Hace calor a un metro del fuego pero la espalda sigue fría y la habitación congelada. Aquí hay demasiadas ventanas que no cierran del todo y tampoco es que las paredes parezcan muy gruesas, además de que esta sala es muy grande para tan poco fuego.

Lo de escribir el diario está complicado porque los dedos de las manos están haciendo compañía a los de los pies en el congelador. Para matar el tiempo jugamos un poco a las cartas pegados al fuego. Se va consumiendo y la temperatura baja muy rápido. Es horrible estar allí. Empezamos a andar porque estar parado es todavía peor. Llega la señora otra vez y vuelve a atizar el fuego, pero ya no calienta. Bakhtiyar, que ha venido hace un rato a hacernos compañía y está también pegado a la lumbre, opina lo mismo. Según él el calor está subiendo por la chimenea sin quedarse en la sala.

Llega la hora de la cena. Como por la mañana, están los cacahuetes, las semillas, los bombones,… Y trae unos platos con tomate guisado, una ensalada de patata con verduras y otro con pimiento, y pan. Yo le doy al pan. Después llega con el plov (плов), el plato típico uzbeco: carne de cordero guisada con arroz y verduras. Como tampoco hay luz ha dejado un candil sobre la mesa que casi no alumbra de forma que tampoco tengo muy claro qué verduras lleva. Está muy rico aunque no tenga muchos trozos de carne.

Mientras cenamos nos ha echado por la espalda un chapan (чапан) a cada uno. Es una especie de bata muy gruesa de algodón que da mucho calor, pero no lo suficiente. De vez en cuando vuelve a mirar el fuego y a avivarlo porque no dura nada. Nosotros hemos decidido usar el vodka, aunque sea sólo para avivar el fuego.

Bakhtiyar nos cuenta de su vida. Está casado y tiene una hija de once meses de la que se ha despedido esta mañana. Vive con sus padres, el agente de turismo de la guía, y varios hermanos. Su mujer trabaja. Cada vez es más difícil para una pareja mantenerse sólo con un sueldo así que muchas mujeres trabajan fuera de casa. Entre todos le pagan la universidad a su hermano pequeño: 1.200 dólares al año en una universidad privada. Le preguntamos por el mercado negro y nos dice que no hay problema que nos ayudará a cambiar en Urgench.

Cuando le comentamos que al día siguiente dormiremos en Jiva y luego saldremos para Bujará (Buxoro o Бухоро en uzbeco y ruso respectivamente) nos dice que será difícil. En esta época no hay turistas así que no hay autobuses. Los taxis compartidos también serán difíciles por lo mismo: no hay turistas con los que compartir. La policía pone muchos controles para evitar el contrabando y para a los conductores sin turistas. Nos dice que si en el coche hay turistas no ponen ningún problema. Turkmenistán ha cerrado su frontera con Uzbekistán y ya no hay tren porque la vía cruzaba la frontera. Complicado lo pinta, incluso pensamos en coger un avión, pero nos dice que no lo hay directo. Tendríamos que volver a Taskent y luego a Bujará, dos vuelos.

No todo podía ser tan «negro» y se ofrece a llevarnos por noventa euros. Son siete horas de coche… puede merecer la pena no compartir y menos con locales, que, él mismo lo dice aunque puede que para «asustar» no son muy limpios ni cuidadosos.

Nos lo pensaremos. Por el momento nos sigue hablando de la situación del país. Uzbekistán es la economía más fuerte de la zona y después Kazajistán, aunque según los datos oficiales ellos están por detrás, pero porque los datos oficiales no contabilizan la economía sumergida. Los que peor están son los de Kirguizistán con los que tienen declarada una guerra. Una guerra que no se combate porque su presidente no desea luchar, además de que Rusia les ha dicho que no lo hagan. Son independientes desde 1992 pero siguen teniendo relaciones y no les odian. Es más, según él, son los rusos los que los miran con desprecio. Esta guerra es la que ha provocado que no vayamos al Valle de Fergana (Farg‘ona vodiysi o Ферганская долина en uzbeco y ruso respectivamente), no sé el lugar pero los tanques y el ejército están por la calle. Eso no le acaba de gustar al Ministerio de Asuntos Exteriores que recomienda no ir. La otra zona a la que tampoco recomiendan ir y que debe ser también digna de visitar es Termez (Termiz o Термиз en uzbeco y ruso respectivamente), frontera con Afganistán.

A eso de las diez decidimos que dormir es una opción. Nos preguntaron antes por la hora a la que queríamos el desayuno al día siguiente. Como luego hay que ir a Jiva les dijimos que pronto, que a las siete. La señora nos miró con desesperación y con gestos nos dijo que no, que a esa hora hacía demasiado frío. No se lo discuto, pero ahora mismo ya me estoy helando, así que… En cualquier caso lo dejamos a las ocho (que tampoco creo yo que desayunemos en bañador a esa hora). Sigue sin haber baño y tenemos que salir a la calle (vamos a morir) para orinar. Trato de preguntarle a Bakhtiyar si tienen algún orinal o algo parecido para no tener que salir pero es imposible y mira que se lo cuento bien. Le digo que cuando uno va al baño puede sentarse o puede estar de pie, que si tienen algo que podamos tener en la habitación para cuando quieres ir de pie. No acaba de entenderlo, pero se parte de risa (Sara lleva ya un rato revolcándose por el suelo sin parar de reír) y me dice que no, que el baño es de la puerta para afuera.

Nos armamos de valor y vamos a la calle, con toda la ropa y los chapan puestos. Es impresionante el cielo. Se ven estrellas incluso en el horizonte. Precioso. Saco el móvil con el Google Sky Map para ver los nombres de las constelaciones pero se me congelan los dedos. Es muy bonito pero hay que entrar ya mismo. Nunca he estado en un sitio tan frío, mucho más que en Nueva York en año nuevo. Por contraste la habitación nos parece caliente al entrar, pero se nos pasa enseguida.

Aunque la señora nos ha puesto doble manta para la noche hemos decidido que nos meteremos dentro de los sacos y las mantas encima. A Sara le cuesta un poco pero al final lo consigue. Estamos con los gorros puestos, Sara también los guantes, las camisetas térmicas (de ski), las mallas de invierno de correr y los calcetines gordos dentro de la sábana, dentro del saco, con dos edredones que pesan dos kilos cada uno encima y todavía nos cuesta un rato entrar en calor.

Lo peor llega a las cinco y media de la mañana. Me despierto con muchísima sed. Sé que la botella de agua está al lado de la chimenea pero sé que estará congelada… Trato de dejarlo pasar pero es imposible. Al levantarme noto que también tengo que orinar y eso sí que es más complicado. Pero un hombre tiene que hacer lo que un hombre tiene que hacer. Y lo que tuve que hacer es ponerme la sudadera, la cazadora y el chapan, que de fríos que estaban parecían mojados, calzarme las botas y salir a la calle. El cielo era todavía más impresionante, más estrellas y más a ras de suelo. Pero el frío seguía ahí y los dedos de manos y pies se congelaban.

Eso sí, volver a la habitación, quitarme la ropa hasta volver a estar como estaba, meterme en la sábana, en el saco y dormir todo en uno.

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